Arte en migración
/REPORTAJE

El ser humano se expresa por el arte como el pájaro por su vuelo. En su ascensión abarca una serie de momentos y de quejas. Se extiende, se tumba en sus recuerdos, piensa, imagina, se expande.
Sin embargo, en las caricaturas y generalizaciones que vemos en la prensa y en la opinión pública, nadie parece asociar el arte a la multitud de migrantes que llegan a las costas europeas – los migrantes que emprenden la dura clandestinidad son percibidos en el colmo de su deshumanización, de una humanidad reducida a los problemas de subsistencia, no interesada en la creación. Sin embargo, el arte encuentra sus formas en lo más recóndito. Además, como recordamos en todo este número de La Alcaparra, la migración es ese hecho al mismo tiempo traumático y fundador, toma de conciencia humana, desgarrón; que invitará al artista que la emprende a situarse en relación a ese proceso. Contra esta ignorancia del arte migrante escribimos este reportaje en homenaje a nuestros amigos artistas que han necesitado y urgido de la experiencia creadora, y cuya historia debe ser compartida pues resulta esencial para comprender el fondo (profundamente humano) del viaje.
Ibra Nian, artista senegalés viviendo en Lepe (España) pinta sus cuadros desde su chabola, escenas idílicas de un país perdido, sin embargo, acordándose también de su travesía ilegal por el océano. Sufriendo incendios y desalojos y trabajando en el campo, ha encontrado en la asociación Asnuci el apoyo para poder seguir pintando e incluso exponiendo y vendiendo sus trabajos. Souleymane Baldé, artista y artesano guineano viviendo en Lille (Francia) consiguió elaborar en pleno proceso de regularización su serie «Mon chemin de croix» (Mi camino de la cruz) de catorce telas contando su travesía por África y el Mediterráneo, y con una potente conclusión en la última tela. Actualmente está en la red de acogida francesa, estudiando y trabajando en la construcción, pero continúa su labor artística preparando una novela. La otra gran red de asociaciones culturales le ha permitido exponer su obra en diversas ciudades francesas, suizas y belgas; incluso en un documental (Au fil du voyage, 2017).
Porque los distintos países de acogida conllevan distintas posibilidades artísticas. El artista migrante en Europa es conducido por la asociación que le ampara, que le traduce, y que puede dar a conocer sus obras. Marcan las alternativas (función o disfunción del arte) que pueden permitir la creación artística en una situación humana tan desesperada como es la migración.
Ibra Niang: nostalgia de África desde Lepe
Ibra Niang es un artista senegalés de 33 años, nacido en Kayar. Empezó a pintar en 2014 mientras todavía era pescador porque, como nos cuenta, quería cambiar de trabajo al estar enfermo de un pie. En 2018 empezó a concentrarse mucho más en ello porque era su sueño vivir del arte y dejar la pesca, sin embargo, pintaba sobre todo escenas de pesca, obsesionado con esas costas y esos cielos. Ganaba poco dinero en su país con sus cuadros, y sumado a la crisis de la pesca y la pobreza, tuvo que emigrar a España: el 22 de noviembre de 2019, llegó a las Palmas en patera.
Con lo primero que ganaba, compraba bolígrafos, cuadernos, para hacer arte y ocupar el tiempo de espera. El 4 de marzo de 2020 llegó a Lepe, trabajando en Lucena recogiendo arándanos y fresas, lo que sus piernas (y la pandemia) le permitían. En Lepe vivía en un asentamiento chabolista pues, como es sabido, hay una gran discriminación inmobiliaria en esta zona. Pero, con el sueño de la obra artística, compró materiales (acrílico) y pudo hacer cuadros. Además, por otros migrantes conoció la asociación Asnuci (Asociación Nuevos Ciudadanos por la Interculturalidad) donde se afilió y pudo pintar. Ahí Alba de Asnuci se interesó por su obra y le animó a seguir pintando.

Desde España, pintando desde su chabola, ha podido reflexionar sobre el viaje en sus pinturas. Como nos cuenta, pintar le hace pensar en las dificultades que ha vivido en el camino: ha sufrido mucho en el mar, y ahora puede imaginar ese sufrimiento, ahora que está tranquilo pensando (y pintando). Es decir, puede ser consciente de este dolor. Además, también le ayuda a evocar y rememorar su vida de antes de este camino. Muchos cuadros describen escenas y paisajes de Senegal, muchos de la pesca que fueron sus primeros cuadros cuando todavía estaba en su país. El artista cuenta que es para demostrar con su arte (con África) su civilización, sus modos de vidas y formas de humanidad. Presentar la cultura africana (senegalesa) a la cultura europea, para que lo (re)conozcan los europeos, dejen de considerarlo como algo extraño.
El artista presenta una naturaleza exuberante, llena de animales, riquezas y colores. En la mayoría de estos cuadros aparecen motivos recurrentes: la bandera de Senegal, los pescadores trabajando y esos pájaros negros que se alejan (cormoranes y garzas). Pero esta evocación que hace Ibra Niang es también una evocación nostálgica por la pintura, un acercar lo que está imposiblemente lejos (en Senegal Ibra tiene mujer y dos hijos). Pues, los cuadros que se ocupan de la realidad senegalesa traducen la nostalgia de un lugar perdido en donde se podía vivir, respirar, observar la naturaleza (trabajar), en una convivencia que se ha perdido por completo en Lepe. Sobre todo, lo vemos en las descripciones de los vecindarios, donde la gente se abraza, comparten el pozo; no solo en los cuadros sino en cómo habla el propio artista de estos lugares compartidos.


La naturaleza evocada está repleta de riquezas (pájaros, peces, flores y luz), de tonalidades y luces que concentran la libertad, la calma. Pero a esta naturaleza exuberante, al mar cargado de peces; se opone un mar en tinieblas. En las únicas evocaciones que hace el artista del viaje en patera, los cuadros representan el viaje hecho en la noche (para ocultarse), en la multitud, en el miedo, con un cielo y un mar amenazando de muerte.

El 17 de julio, los incendios arrasaron con las chabolas donde vivía. Se le quemaron todos los materiales y solo se salvaron algunos cuadros. Gracias a Asnuci, se organizó una exposición en un bar en Ayamonte (café-bar Alcaraván) y se vendieron 20 cuadros.
Souleymane Balde: denuncia y esperanza desde el Parc des Olieux (Lille)
Souleymane Balde es un artista guineano que vive en Lille (Francia). Salió de su ciudad natal Mamou en 2014 y llegó a Francia dos años después, donde obtuvo la regularización, después de haber atravesado cinco países en un viaje clandestino. En Mamou se dedicaba a la artesanía de la costura.
Salió de Guinea-Conakry en plena crisis del ébola, cruzó ilegalmente Senegal y Malí de noche (fronteras cerradas excepcionalmente por el ébola). En Malí atravesó en un camión de camellos la región de Kidal, en guerra desde 2012 y controlada por los rebeldes tuaregs del Movimiento Nacional por la Liberación del Azawad (MNLA). Después, en Argelia tuvo que cruzar la terrible frontera con Marruecos (tres metros de profundidad en el lado argelino, tres metros de valla dentada en el lado marroquí), esconderse en los bosques de Nador, vivir esclavizado por los passeurs (traficantes) en los guetos o escondido en la montaña (escapando de la brutalidad de la policía marroquí). En Nador (al lado de Melilla) trató de cruzar dos veces el Mediterráneo sin éxito: en la primera perdiéndose la patera en el mar, siendo rescatados y deportados al sur de Marruecos; en la segunda, naufragando con una barca rota, donde murieron cincuenta personas. Consiguió llegar a Ceuta donde estuvo encerrado por cinco meses en un CETI, con el miedo a la deportación. Pero logró el salvoconducto a Francia, donde quería llegar. Después de pasar cierto tiempo en Madrid (acogido por la asociación Dianova en Ambite), logró llegar al norte de Francia en el invierno de 2016. Perdió todas sus pertenencias en este viaje, salvo una aguja de coser. Ahí le esperaba la vida en la calle de los migrantes que esperan la regularización. Viviendo en la calle (Parque des Olieux) con unas temperaturas extremadamente bajas, se encontraba repleto de recuerdos y dolores, y necesitado de expresarlos, contarlos. Es en ese momento cuando conoce a la artista plástica Capucine Desoomer dando talleres de arte para los migrantes, quien le propone transformar estas vivencias en experiencia artística, y con la técnica que él trae de su país: la costura. Concibe la idea de resumirlas en catorce cuadros que resumen las imágenes centrales del viaje (son especialmente los pasos de frontera y distintas escenas). Su intención es compartir su experiencia, reducir esas diferencias y fronteras, aliviarse con el testimonio. Llama a su colección «Mon chemin de croix» (camino de la cruz, de Cristo) aunque él es musulmán, para acercar las culturas. Souleymane pintó sus cuadros cuando aún vivía en la calle. Diseñó los monotipos (dibujos y líneas) en La Ferblanterie, asociación y casa de artistas donde le dejaron espacio para trabajar. Pero él cosía las telas en todas partes, las llevaba consigo y cosía siempre que podía.
Souleymane cuenta sus terribles vivencias en la conversación o en la explicación de sus cuadros. Sus cuadros, sin embargo, no encierran nada de este dramatismo, de esta situación mortal y peligrosa en donde la inhumanidad triunfa, en donde la muerte está en todas partes. Sus cuadros son una sutilización, una simbolización del dolor sufrido. Son transformaciones (representaciones) de ese mismo dolor.
Las telas están hechas con hilo y dibujo nada más, con un estilo simple, casi infantil, huyendo de todo realismo. Los migrantes que aparecen están representados con pequeñas figuras de color rojo (con línea continua solo en el país de origen; después aparecen con líneas discontinuas, pues el artista quería representar que en el viaje clandestino son – y, sobre todo, deben ser – invisibles). También al principio África central se muestra suntuosa y exuberante, como en el caso de Ibra Niang, repleta de riquezas naturales.

Sin embargo, se produce una modificación de la naturaleza cuando esta está «confiscada» por la guerra o el abuso que se presenta en Malí, Argelia, Marruecos, España y Francia. Pues las escenas de violencia cruda están representadas en símbolos que se inscriben en el paisaje natural, nunca de forma explícita, nunca contando una escena en particular. Como es el caso del desierto Kidal en donde la caravana sufrió ataques y robos por parte del ejército rebelde tuareg, cuya violencia extrema se ‘sutiliza’ en lo que el artista llama «le soleil des Kalachs» (el sol de los kalashnikovs, a la derecha del cuadro) y en la muchedumbre discontinua en el camión de camellos. Como si fuera la naturaleza hostil del desierto la que encerrara la violencia, y no los rebeldes. En el caso del mar Mediterráneo, donde el drama se reproduce de forma continua, vemos un pez inmenso representar todos los peligros (insolación, naufragio, sed, muerte) y de nuevo esa muchedumbre de migrantes llevados en una barca por unas piernas misteriosas. Las dos situaciones dramáticas donde perder la vida sin agua es habitual, aparecen con este fondo blanco, esta ausencia de lo que pasa en realidad.


También, el artista representa los cruces de frontera. Pues, siguiendo el título de la colección «Camino de cruz», son distintas fronteras / barreras hacia la destinación, suplicios por los que hay que pasar. En el caso de la frontera entre Argelia y Marruecos, resulta descorazonador ver esta humanidad (en figurines rojos discontinuos) correr, saltar y huir de este paso de frontera. Su sencillez obliga al espectador a recrear lo que sabe que esos pasos encierran – la policía marroquí, la muerte en las rejas.

La violencia del camino no es menos aterradora que la violencia europea. Por un lado, en Ceuta representará la cárcel como ese lugar de multitudes y encierros con el miedo a la deportación. Por el otro, en Francia espera la calle, donde Souleymane pintará y coserá estos cuadros.
Sin embargo, y a pesar de todo, el último cuadro, la «imagen 14» (en el Via Crucis es la de la muerte / resurrección de Cristo) encierra un mensaje de reconciliación. Es una tela sencilla con una boca que da un mensaje. Cuando el artista pinta y cose estas telas en 2016, está en Lille, a solo unos kilómetros del campo de refugiados la Jungla de Calais que estaba siendo desmantelada en ese momento por las presiones políticas. En este desalojo, los refugiados iranís se cosieron la boca, significando que les estaban asesinando con ese gesto policial. Souleymane invierte este acto y este símbolo pues cose y después descose esta boca y le hace hablar con este mensaje: «Je marche sans papiers, je ne suis qu’un exilé, je ne vis que d’amour, je ne parle que de paix et je tiens à ma liberté» («Camino sin papeles, solo soy un exiliado, solo vivo de amor, solo hablo de paz y creo en mi libertad»).

Esta poderosa conclusión que encierra lo que es para el artista el futuro mejor (o la esperanza de un futuro mejor: amor, paz y libertad), y escrita de nuevo en el color rojo que caracterizaba a los personajes, es una llamada (incluso exigencia) de humanidad, de escuchar, de entender ese dolor, de empatizar.
Gracias a toda una red e historia cultural que existe en Francia (y no en España), Souleymane ha llamado la atención a muchas residencias de artistas de Francia, Bélgica e incluso Suiza. Ha presentado su obra en colegios e institutos (aunque me cuenta que no siempre los directores o padres estaban de acuerdo) y ha expuesto en muchas asociaciones francesas. Además, Luc Banville y Franck Beyer contaron su historia y su obra en el documental Au fil du voyage (2017), presentado en el festival de cine de Douarnenez. Pues su obra tan sutil, tan sencilla, viene acompañada de una explicación por su parte (a viva voz o en unos cartelitos que coloca debajo de cada tela) necesaria para contar ese viaje infernal y, sin embargo, creador y reivindicador de la libertad.
Actualmente el artista prepara una novela, en donde cuenta su viaje de forma más explícita y cruda. Ya ha sido finalista de un concurso de France Inter con un cuento que pertenece a la novela «Mon premier jour à Paris». Y sigue exponiendo sus telas «Mi camino de cruz» en distintas instituciones, por ejemplo en 2021 estará en la Maison des Metallos en pleno centro de París (11ème arrondissement).
Función y disfunción del arte
En este reportaje hemos presentado a dos artistas muy distintos, cuyos viajes se separan y cuyo arte transmite distintas emociones. Son dos ejemplos nada más de artistas africanos que llegan a Europa a sufrir una grave discriminación (vital, social y artística) y que sin embargo necesitan (y necesitamos) compartir con su técnica artística propia (pintura, costura, etc.) una experiencia que inevitablemente les cambia.
Ibra Niang, pintor de profesión, evoca su país natal y sus formas de vida con gran nostalgia, desde unas condiciones de vida inhumanas en el sur de España. Gracias a Asnuci ha podido seguir pintando e incluso exponiendo sus cuadros. La función de su arte es la de reflexionar y pensar en ese viaje hecho en la noche y en la clandestinidad. Función de testimonio, y función de memoria también. Pues también busca el pasado y compartir con sus compañeros y con los miembros de Asnuci su cultura, sus paisajes y sus modos de vida. En el futuro, espera poder compartirlo con más gente, incluso vivir del arte.
Souleymane Baldé es, al contrario, un artista muy comprometido con contar la historia de los migrantes, las atrocidades vividas en África, y en la soledad y desamparo en Europa. Con una obra reflexiva y compleja en el plano simbólico, aunque sencilla en el plano técnico (también por querer mostrar, como en el caso de Ibra, sus formas de expresión africanas: en su caso, la costura); Souleymane denuncia, señala – aunque oculta escenas y casos de violencia explícita. Sin embargo, es también capaz de buscar la reconciliación, el dolor compartido: con los refugiados iranís, con el Via Crucis, etc. La función de su arte es la de aliviarse por un testimonio que, como cree él, representa y habla por todos aquellos que no pueden hablar (a los que les han cosido la boca). Función también, por supuesto, de evocar las escenas del viaje y rendir homenaje a los amigos perdidos.
Ambos artistas han contado con una recepción muy distinta en los dos países. Frente al racismo desolador en el sur de España que sufre Ibra Niang que le obligan a una «disfunción» del arte, una dificultad incluso de pintar; Souleymane Balde ha podido encontrar una gran acogida por parte de los medios culturales franceses alternativos que le ofrecen compensación en un plano material (en el plano psicológico, dice, será mucho más difícil). Sobre todo, que aprecian su dimensión artística, el valor que tiene esta transformación artística de un problema político tan desolador; la llamada a la escucha del perseguido, del pájaro en la red.
NOTA. Agradecemos a los artistas la autorización para publicar sus obras y sus testimonios en este reportaje. También especialmente a Mame Mor, militante de Asnuci, por habernos hecho de intérprete con Ibra Niang, que solo habla wolof. – Marta Jordana.