Mutilación genital femenina: «cultura» y violencia

/REPORTAJE

ORÍGENES Y DEFINICIÓN 

La ablación, corte o mutilación genital femenina es una práctica que tiene siglos detrás. Ya en el V a.C. Heródoto escribía sobre la ablación en Egipto, Etiopía, Líbano, Siria y Palestina. El origen era económico: mientras los hombres estaban fuera de la región luchando en la guerra, la infibulación les aseguraba que cualquier hijo que su esposa diese a luz en su ausencia era de su sangre. También se registra la práctica en países occidentales entre finales del siglo XIX y principios del XX para tratar la histeria, prevenir la masturbación, evitar la frigidez, la epilepsia, la homosexualidad, la ninfomanía y la melancolía (Watson 2005), aunque al ser realizados por médicos titulados no se consideraban prácticas «salvajes» como las observadas en África (Hellsten 2004). En la actualidad, los estudios consultados apuntan a que sigue teniendo una utilidad económica ligada al matrimonio (en muchas ocasiones infantil), ya que el proceso se considera en muchas culturas un requisito. Cada año, 3 millones de mujeres (2 millones de niñas) son sometidas a esta operación, que se identifica en 26 países de África (Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial, Sierra Leona, Mali, Liberia, Costa de Marfil, Gana, Burkina Faso, Benín, Nigeria, Níger, Camerún, República Centroafricana, Tanzania, Uganda, Kenia, Somalia, Etiopía, Eritrea, Sudán, Sudán del Sur, Egipto y Chad) de los cuales solo 15 cuentan con penalización legal de la práctica, aunque también existe en Omán, Yemen, Emiratos Árabes, Malasia, Indonesia, y se extiende a otros países debido a los constantes movimientos migratorios. Todo esto ocurre, como apunta Fernández de Castro (2018), sin que haya un registro oficial que rastree la práctica con detalle.

A pesar de que suele ir unido a valores religiosos, no hay constancia de una verdadera relación entre islamismo o el cristianismo a los que aluden los pueblos en los que esta práctica es común. Algunas ramas sí incentivan esta tradición, pero no hay rastro de ello en la Biblia o el Corán. Se trata, más bien, de diferentes asociaciones y mitos unidos a la tradición: la mujer que no pasa por la ablación es a veces vista como pecaminosa, puede perjudicar a sus futuros hijos e incluso matar a maridos y padres. Como explica Anke van der Kwaak (1992), en Somalia la práctica conlleva la retirada de la parte «paterna» que queda en la niña, de manera que la sexualidad se acerca más a la procreación que al placer.

CONSECUENCIAS FÍSICAS Y PSICOLÓGICAS

No obstante, hay muchas variantes de la práctica. Mientras que la infibulación supone extirpar los labios menores, el clítoris y practicar una costura hasta dejar hueco para la salida de orina y sangrado menstrual, otros modos van desde una ligera incisión en el clítoris (clitoridectomía), a quemaduras o la extirpación total o parcial de los labios mayores. La edad a la que se practica también varía con la tradición, puede ir desde las dos semanas de vida a los 14 años. Cada una de las modalidades supone unas complicaciones físicas distintas. La infibulación, por ejemplo, requiere que la noche de bodas haya una tercera persona encargada de retirar la barrera, algo que también sucede en el parto. En los estudios consultados para este reportaje, constan de forma genérica para todas las variantes de la práctica hemorragias, infección severa, retención de orina, infertilidad, dismenorrea (menstruación dolorosa), debido a la acumulación de sangre (en el caso de la infibulación). Durante el sexo, dificultad de excitación, lubricación y anorgasmia (Ukoha 2015), aunque este detalle contrasta con aquellos artículos en los que el sexo parece no tener grandes cambios, especialmente en la incisión y la clitoridectomía (Njambi 2004, Smolak 2014). Entre las consecuencias psicológicas que más se repiten en las publicaciones académicas, se listan el shock, pesadillas, depresión, pasividad, sentimientos de traición, desarrollo emocional dificultoso, trastorno en el sueño y la alimentación, ataques de pánico, dificultad para concentrarse y aprender, a veces, trastorno por estrés postraumático, este último en un 30% de los casos (las mismas cifras que las menores víctimas de abuso sexual), así como trastornos de memoria. También hay estudios sobre la ausencia de deseo sexual y la tendencia a la baja de la iniciativa (El-Defrawi 2001), aunque esto podría deberse a la carga social e identitaria que la práctica conlleva.

La ablación (de cualquier tipo) es una tradición cargada de significado. En términos generales, la mujer que es sometida a esta práctica adquiere un estatus socialmente superior. Si la ablación se realiza durante la pre-adolescencia o la adolescencia, supone un rito de paso tan importante que tan solo hace seis años, cientos de chicas cruzaron la frontera de Uganda para conseguir el rito en Kenia (noticia en Nation, 25 de febrero de 2014). Durante el proceso se espera de ellas que colaboren y se mantengan tranquilas, demostrando la madurez que el proceso otorga y simboliza. En muchos pueblos, ese día supone un momento especial para la niña, que se convierte en el centro de atención y receptora de regalos. Además, el clítoris no intervenido es tachado como feo y antihigiénico, por lo que muchas personas lo piden para sus hijas con tal de evitarles el ostracismo. La mujer circuncidada se presupone virtuosa, modesta, limpia, calmada, obediente, decente, algo que los padres y madres siempre quieren para sus hijas.

Los estudios también apuntan que durante la adolescencia, las chicas sometidas a la ablación siendo niñas, evitan a los chicos mucho más que las chicas que no lo han pasado, y son más silenciosas. Esto, siguiendo las fuentes consultadas, intuimos puede deberse más al sentimiento de inferioridad y acomplejamiento físico, o por el contrario a la imitación conductual de lo que de ella se espera, más que a una cuestión biológica, ya que una chica que ya ha pasado por el proceso está asociada a la virginidad y también a la madurez (en algunos países, esto está también asociado comúnmente a su destrezas como ama de casa).

DEBATE CULTURAL Y FEMINISTA

Una diferencia aparece en la percepción de la ablación si comparamos aquellas mujeres que han sobrevivido a ello y han migrado a otros países y las que han permanecido en su lugar de origen, siendo las primeras mucho más proclives a hablar del proceso como traumático, incluso expresando sentimientos de vacío y deficiencia o falta de libertad (Morison et al. 2004, Lightfoot-Klein 1990). Dorothy Ebere Ukoha, en una tesis doctoral que estudia casos de mujeres en Texas, recoge también como una de las secuelas la ansiedad en situaciones similares, incluido el sexo y el parto, y el consiguiente abuso de sustancias. Además, desde el colectivo de mujeres circuncidadas (especialmente aquellas que viven en occidente), surge la petición de re-elaborar el discurso y formar al personal sanitario sobre estas realidades para tratarlas con sensibilidad (Morison et al. 2004, Ahlberg et al. 2004, Ogunsiji 2018, Hamid et al. 2018). Khaja y sus compañeras (2010), así como Beth Maina Ahlberg y las suyas (2004), y la propia UNICEF, señalan que intentar informar desde la óptica occidental supone hacer juicios de valor sobre los padres y madres que deciden circuncidar a sus hijas, ya que lo que en occidente se considera una mutilación en sus países es una tradición profundamente enraizada y, por lo tanto, vivida como parte de su identidad.

Surge la pregunta, sobre todo en las fuentes consultadas en inglés, de qué palabra es más precisa y sensible: ¿la mutilación o la circuncisión? Los artículos académicos toman posiciones cada vez que deciden usar un término u otro (aquellos en inglés varían: mutilation, cutting y circumcision). Junto con este aspecto terminológico, asoma también de forma repetida una necesidad de tratar el tema desde la sensibilidad cultural. Destaca en este sentido un polémico artículo publicado en 2004 en la revista Feminist Theory y titulado «Dualisms and female bodies in representations of African female circumcision» (‘Dualismo y el cuerpo de las mujeres en representaciones de la circuncisión femenina en África’). La autora critica el dualismo que articula el discurso anti-ablación. Según la autora, Wairimũ Ngaruiya Njambi, hay una constante polarización en la denuncia, que presenta África como la tierra de la tortura y el primitivismo salvaje, así como los cuerpos naturales y los cuerpos circuncidados, convirtiendo en objetos a estos últimos y perpetuando el racismo imperialista que patologiza a, en este caso, las mujeres que viven esta experiencia. Las críticas que llegan de occidente, argumenta Njambi, dan por sentado cómo son los cuerpos naturales y no tienen en cuenta la carga cultural de empoderamiento que la ablación puede significar para las mujeres que están inmersas en su cultura: la práctica se convierte en una celebración de la mujer frente a la posición paternalista que limita la circuncisión a los varones, la dota de un estatus superior, le da autoridad dentro de la comunidad, y la inicia a una actividad sexual que, cuenta Njambi, busca el placer tanto de hombres como de mujeres en condiciones liberales, y es por eso —explica— que los misioneros lo prohibieron en mujeres menores. Surge aquí una reivindicación de una mejora en las condiciones que se realizan esas prácticas, que seguirán teniendo adeptos. Aquí la autora compara la circuncisión con las tradiciones de perforación en las orejas, así como el aborto, y defiende por tanto una ablación «segura y legal». La mujer que decide someterse a este ritual, concluye Njambi, no es una víctima pasiva como el discurso crítico hace ver.

A este artículo le siguieron otros. Kathy Davis, por ejemplo, reconoce que el activismo siempre puede revisar las nociones que da por sentado, al mismo tiempo que señala el hecho de que la perspectiva del relativismo cultural empleada para entender el importante significado que la ablación tiene en las comunidades que lo practican también cosifica ese significado mientras ignora el contexto político en el que tiene lugar, así como el silenciamiento de las personas dentro de la cultura que sí se oponen a ella. Debemos examinar, dice Davis, cómo se articula la simpatía y la solidaridad hacia las personas que sufren estas prácticas, buscar las limitaciones de la óptica que puede pecar de eurocéntrica, al mismo tiempo que no puede, en su intento de revisarse, quedarse en la acción local. El relativismo cultural, en última instancia, silencia la necesidad de debatir más allá de las diferencias culturales y entorpece la búsqueda de alternativas. Que estas prácticas sean parte de una identidad no terminan por justificarlas.

DIFICULTADES METODOLÓGICAS: CIENCIAS DE LA SALUD Y CHOQUE CULTURAL

Algunas autoras consultadas aluden a la limitación de las investigaciones, muchas veces basadas en evidencias anecdóticas de grabaciones en vídeo de entrevistas. La evidencia acaba estando limitada por el método usado para su obtención. Junto a la falta de recursos, el choque cultural supone otra de las dificultades. Tal y como explora Carla Makhlouf Obermeyer, la percepción de la sexualidad e incluso del propio dolor cambian con la edad y con cada cultura. Lo que la cultura externa podría interpretar como efectos secundarios de la ablación queda a veces normalizado o achacado a otros aspectos de la salud, o simplemente se conciben como parte del proceso de iniciación que significa la ablación. Una investigación precisa requeriría de la asociación de múltiples disciplinas para entender la cultura del otro y diseñar métodos que sean respetuosos a la vez que precisos. La falta de terminología para referirse al cuerpo femenino o al placer, hace que sea aún más difícil obtener información. Tomando la línea argumental de Obermeyer, en ocasiones los estudios fallan en la falta de distinción entre actividad sexual y el placer sexual. 

En general, la mayor parte de las fuentes académicas consultadas coinciden en la necesidad de adquirir un discurso inclusivo que pueda solventar las diferencias y el choque cultural derivado de las diferentes nociones de sexualidad, salud, orgasmo, placer, e incluso madurez. Tal y como señalan Khaja y sus compañeras (2010), el cambio puede facilitarse con la colaboración, dejando atrás la idea de simplemente ayudar, de «hacer por los otros». Tal y como argumentan, no podemos teorizar sobre la condición del otro si no contamos con su experiencia y su voz. De forma similar, Jo Boyden (2012) defiende que las medidas «bienintencionadas» pueden fracasar debido a que no se integran con la realidad de las niñas, la educación que reciben, los valores en los que crecen. Ciertamente, se debe incluir y escuchar a detractores y defensores para conseguir un diálogo, ya que la educación proveniente de una cultura externa no es el método definitivo para eliminar estas prácticas. Se ha anotado una relación entre la educación, así como la modernización en urbes, y la disminución de la práctica (Obermeyer 2006, El-Gibaly et al. 2002, Al-Krenawi & Wiesel-Lev 1999), pero es la familia la que decide, por lo que la llegada de información a los colegios no siempre es efectiva (Hayford 2005), igual que la modernización de las ciudades no cambia la cultura en torno al matrimonio, sus ritos e implicaciones. Como explican El-Gibaly y sus compañeras, la educación debe ir complementada por otros métodos de difusión, así como de líderes de la propia comunidad de mujeres circuncidadas (Ogunsiji 2018). Por otro lado, la reconstrucción a través de la cirugía, así como un acompañamiento psicológico, parecen métodos efectivos para reducir el dolor, incrementar el placer sexual, y recuperar el aspecto anterior del clítoris (Abdulcadir et al. 2015).

DERECHOS HUMANOS Y VIOLENCIA MACHISTA

Ante la cuestionada precisión de todos estos estudios sobre las consecuencias en la salud mental y física de la mujer, los académicos señalan la tendencia de los colectivos anti-ablación por problematizar la práctica desde el ámbito de los derechos humanos. Un artículo de 2012 de John-Stewart Gordon aborda la posibilidad de reconciliar la práctica con la defensa de los derechos humanos, argumentando que «una forma limitada de la ablación femenina puede ser compatible con las demandas de los derechos universales en lo que respecta a la salud, la integridad física y la autonomía individual». Propone entonces una moderación tanto de la sensibilidad cultural necesaria como de los derechos humanos para poder diseñar un camino práctico. En un simposio sobre circuncisión en niños y niñas, Hellsten (2004) sugirió que, dado que la mutilación sexual ya se da en los llamados «países desarrollados» cuando una persona adulta decide perforar cualquier parte de su cuerpo, quizás la opción más sensata sea centrar el debate y la protesta en los derechos inherentes en los niños, incapaces de decidir sobre cuestiones que marcarán su cuerpo para el resto de sus vidas.

No obstante, el activismo por los derechos humanos, en sus peticiones por la integridad física, argumenta con todos los datos ya citados que subrayan las horribles consecuencias físicas y psíquicas, y están respaldados por la OMS. La ONU incluyó su erradicación en el quinto puesto de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible para el año 2030, aunque hemos de recordar que esto es fruto de una larga trayectoria en la que el relativismo cultural y la fuerte carga identitaria de esta práctica retrasaron resoluciones internacionales para su condena y erradicación (Fernández de Castro et al. 2018). En la actualidad, Naciones Unidas califica la mutilación como violación grave de los derechos humanos de la mujer y de la infancia. Los Tratados internacionales más importantes, como la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), el Tratado de la Unión Europea (1992) y la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2000), no abordaron inicialmente los derechos humanos desde una perspectiva de género, y redujeron el amparo a los seres humanos en general, olvidando la posición de vulnerabilidad de las mujeres. Sin embargo, el tratamiento específico ha llegado tras años de lucha feminista, con la conceptualización de la violencia de género y su inclusión en la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1979. Esto repercute en las normativas que pueden poner en acción la erradicación a través de la ayuda directa (como el derecho de asilo) y la prevención. Entre las propuestas dadas en el informe de Patricia Fernández de Castro y sus compañeras, están la información y sensibilización a la población general y los profesionales y autoridades políticas a través de charlas y talleres, pero también la formación y capacitación específica a profesionales, el diseño de protocolos de detección y actuación de acuerdo con las particularidades de cada sector y comunidad, los registros de casos, la intervención preventiva en familias que ya tengan casos de mutilación genital femenina, la investigación sobre la diversidad de la práctica, sus causas y posibles alternativas. Las ONGs coinciden en estos puntos, teniendo como pilares la sensibilización en las comunidades, la educación y formación para la independencia económica, la protección directa a aquellas niñas y mujeres que tengan que huir de sus hogares para evitar la ablación, así como el trabajo con las autoridades (Ayuda en Acción), la promoción del lenguaje no estigmatizador (Save a Girl), la búsqueda del liderazgo de mujeres africanas en esta denuncia. En junio de 2019 se celebró la primera cumbre africana sobre mutilación genital femenina y matrimonio infantil en Dakar (Senegal), donde participaron activistas, líderes religiosos, ONGs, así como mujeres supervivientes de estas dos prácticas, y se puso una vez más de manifiesto la necesidad de una red de coordinación compleja que no deje a las ONGs y los diferentes agentes civiles solos ante la demanda de cambios reales, en el ámbito legislativo, pero también en el  educacional y cultural.

En los países occidentales, como apuntamos al inicio, esta práctica también afecta a miles de niñas y mujeres. Al propio trato que puedan recibir las mujeres que hayan pasado por la ablación se suman los casos de niñas a las cuales, llegadas a una determinada edad, se envían a su respectiva comunidad en África para que se pueda realizar el ritual. Es por eso que un informe elaborado por la Fundación Wassu y la Universidad Autónoma de Barcelona ha revelado que, solo en España, hay más de 3600 niñas en riesgo de sufrir ablación genital. La labor de prevención, concienciación y empoderamiento se acompaña de un documento de Compromiso Preventivo para que padres y madres puedan justificar su posición en el enfrentamiento con las comunidades gerontocráticas de donde provienen. No obstante, incluso en los casos que sí se llegue a dar, la mutilación queda invisibilizada, ya que es común que a su vuelta las niñas no acudan al centro de salud por vergüenza. Así, como ya se ha denunciado, es necesario el acompañamiento, la asistencia psicológica y su reparación. El estigma sólo dificulta el registro oficial de datos, que nos deja cifras como los 22 nuevos casos detectados en la Comunidad Valenciana en 2018 (La Vanguardia, noticia del 6 de febrero de 2019).

CONCLUSIONES

En este breve repaso a las diferentes aproximaciones que se toman a menudo considerando la mutilación genital femenina queda expuesta la necesidad de analizar las estructuras sexistas del patriarcado sin olvidar el origen físico de muchas de las violencias que sufrimos. La marca física no queda desvinculada de la marca psicológica, lo cual acerca el debate al plano identitario y cultural. Desde el feminismo se debe escuchar todas las voces, pero especialmente las de las afectadas, al mismo tiempo que debemos promover el diálogo para el entendimiento. Necesitamos deconstruir aquello que produce incontables dolores físicos y psíquicos, buscando alternativas culturales que respeten la necesidad de arraigo y auto-narración que todo pueblo humano desarrolla. Es menester que las instituciones garanticen ese cambio de mentalidad desde la difusión sensible para/con la otra cultura, así como el reconocimiento de las propias debilidades. No olvidemos que perforar las orejas de niñas cuando aún son bebés es causarles un dolor innecesario, así como iniciarlas en todo un proceso de socialización que genera frustración por las demandas de los estereotipos de género. La ablación femenina es una versión extrema de las numerosas fórmulas que marcan a niñas de todo el mundo aún a día de hoy. Y si es sexista, por supuesto que puede ser cultura. Lo que debemos preguntarnos es si es legítima.

FUENTES CONSULTADAS Y CITADAS

«Detectan 22 nuevos casos de ablación femenina en la Comunitat Valenciana», La Vanguardia (noticia del 6 de febrero de 2020). https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20190206/46258212771/22-nuevos-casos-ablacion-mutilacion-genital-femenina-comunitat-valenciana.html

«El viaje de una madre para librar a una generación de niñas de la mutilación», El País (noticia del 3 de febrero de 2020) https://elpais.com/sociedad/2020/01/30/pienso_luego_actuo/1580386762_950839.html

«La ablación, una violación de los derechos de las niñas», Ayuda en Acción (post del 6 de febrero de 2018) https://ayudaenaccion.org/ong/blog/mujer/ablacion-derechos-ninas/

«Más de 3.600 niñas están en peligro de sufrir la mutilación genital femenina en España», Universidad Autónoma de Barcelona (noticia del 26 de noviembre de 2020) https://www.uab.cat/web/sala-de-prensa/detalle-noticia/mas-de-3-600-ninas-estan-en-peligro-de-sufrir-la-mutilacion-genital-femenina-en-espana-1345667994339.html?noticiaid=1345830159915

«Ugandan girls escaping to Kenya for circumcision» (Nation, noticia del 25 de febrero de 2014) https://nation.africa/kenya/counties/west-pokot/ugandan-girls-escaping-to-kenya-for-circumcision-954118

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