Lumpenkult

/ANEXO

ARTE DE LOS MÁRGENES

· Ignacio García Sánchez ·

A principios del siglo pasado la institución artística conocida como Proletkult se propuso crear una estética genuinamente proletaria que desempeñara un papel fundamental en la construcción de una nueva sociedad sin clases. Este proyecto especula sobre el tipo de organización social que surgiría tras la eventual desaparición de las clases medias y trabajadoras en Occidente. Conceptos como «precariado» o «cognitariado», acuñados para definir lo que ha venido a sustituir a la clase obrera en la sociedad posfordista, quizás dentro de poco no se consideren más que intentos desesperados de actualizar algo que ha dejado de existir como tal, evitando reconocer que el vacío no lo ocupará ninguna categoría posmoderna, sino el último estrato que siempre ha estado ahí aunque no lo quisiéramos ver: el lumpen.

Lumpenkult es la reconstrucción de un movimiento cultural ficticio a partir de sus propios productos: carteles de agitación, estampas pseudohistóricas o maquetas arquitectónicas que nos permiten vislumbrar una sociedad exótica en la que la clase marginal de hoy se ha convertido en mayoritaria, ha adquirido conciencia de su fuerza y comenzado a defender unos intereses distintos a los de la antigua clase obrera.  Fiel a su visión del mundo, el lumpen victorioso no habría dudado en deshacerse de instituciones superfluas o sacrificar algunas comodidades materiales a cambio de liberarse de valores impuestos como el culto al trabajo o la fe en el progreso y en el crecimiento económico.


En la colección «Lumpenkult» de Ignacio García Sánchez se presentan una selección de objetos para acercarse a las ideas planteadas por Lumpenkult en diversos formatos. En la imagen para La Alcaparra

La maqueta del Monumento a la Última Internacional recuerda en su estructura a la torre casi homónima diseñada por Tatlin y jamás construida a escala real. En nuestro caso, sin embargo, en lugar de sólidos materiales industriales como el hierro, el acero o el cristal, nos encontramos con otros más modestos: cartón, madera, cuerda, plástico o papel de aluminio. El resultado es una construcción precaria, como las que se levantan con prisa, forzadas por la necesidad acuciante de sobrevivir un día más. Un tipo de edificación que por su propia naturaleza improvisada se opone a la finalidad habitual de cualquier maqueta: servir como previsualización de un proyecto arquitectónico cuidadosamente calculado. Este desfase entre las ideas sobre el papel y el procedimiento real de ponerlas en práctica, ya sea para construir un solo edificio o una sociedad al completo, y que se acrecienta a medida que lo hace la radicalidad del proyecto, aparentemente nos conduce a una contradicción irresoluble. Pero acaso, al igual que ocurre en este monumento, podamos contemplar la posibilidad de que la supervivencia material y las aspiraciones utópicas no solo sean compatibles sino que tanto una como otras se conviertan en condiciones indispensables para la futura existencia de ambas.

El retrato de Doris utiliza el formato de retrato oficial que similar a otros que sirven para legitimar una narrativa histórica desde el poder, solo que en este caso no se ve a un hombre de negocios con traje, sino a una mujer celestinesca de la modernidad (drogadicción, golpes, tintes). 

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