Los volcanes alucinantes de Reinaldo Arenas

· Marta Jordana ·

          Reinaldo Arenas (Perronales, 1943 – Nueva York, 1990) acabó su segunda novela, El mundo alucinante, en 1966, obteniendo Mención en el concurso “Cirilo Villaverde” de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), pero la novela fue proscrita en Cuba: y publicada por primera vez en París, en su traducción francesa (en la editorial Seuil donde trabajaba Severo Sarduy) en 1968; y por primera vez en castellano un año más tarde en México, en la Editorial Diógenes. Mientras, Arenas siguió escribiendo en su país, tratando de sacar algunas de sus manuscritos proscritos por medio de amigos extranjeros, y a partir de finales de los 60, sufrió un gran acoso por la Seguridad del estado debido a su homosexualidad, hasta caer preso en 1973. Tras su salida de Cuba en 1980, reeditó y revisó de nuevo El mundo alucinante, que se publicó en Caracas, en la editorial Monte Ávila, en 1982, edición que incluye un nuevo prólogo. 

        La novela narra la vida alucinante de Fray Servando Teresa de Mier. 

          Fray Servando (Monterrey, 1765 – Ciudad de México, 1827), sacerdote y escritor de tratados sobre filosofía política en favor de la Independencia de México, sufrió el destierro y la prisión en algunas de las peores cárceles españolas. Fue considerado enemigo de la corona española principalmente desde su sermón sobre la Virgen de la Guadalupe, ante el Virrey y el Obispo, el 12 de diciembre de 1794, en que aseguraba que la aparición de la virgen era anterior a la Conquista de América, con lo que aniquilaba una de las mayores tesis de la legitimidad de la presencia española en México. Encarcelado en España, logró escaparse y recorrió Europa como prófugo, Francia, Italia e Inglaterra, conociendo a los disidentes americanos más importantes de la época (Simón Rodríguez, Simón Bolívar, etc.), y siendo testigo del declive del imperio español y de las convulsiones que azotaron a Europa durante las décadas de la Revolución francesa. Fray Servando regresó finalmente a su país tras la Independencia de México, y participó activamente en la política de la nueva república.  

          Sin embargo, en El mundo alucinante, Arenas no se propone relatar fielmente los hechos sino recrear el universo y la vida delirantes del fraile. Lo real y lo imaginario se confunden, se entrelazan, sin mayor dificultad; en una construcción narrativa que vence toda ideal de verosimilitud o verdad histórica, en favor de una conclusión, un significado alegórico, un deseo. Tal como se explica en el prólogo de la primera edición: 

Esta es la vida de Fray Servando Teresa de Mier. Tal como fue, tal como pudo haber sido, tal como a mí me hubiera gustado que hubiera sido. Más que una novela histórica o biográfica, pretende ser, simplemente, una novela. Una novela de aventuras en la que la poesía vence a la lógica y el coraje de un hombre por alcanzar la libertad se impone a toda clase de infortunios. Alegre, desenfadada, picaresca, imaginativa, recrea no sólo la vida de un hombre excepcional sino también el mundo contradictorio y sorprendente en que le tocó vivir. 

          Reinaldo Arenas rinde homenaje a este personaje libertario de la historia hispanoamericana, fascinado por su arraigo indestructible a la libertad y a la libertad de su país. Pues, como dice en el prólogo de 1966, descubre que ambos eran la misma persona. Y anulando la Historia (en una reivindicación en contra del realismo, a favor de las metáforas intemporales), Arenas concluye en el “Prólogo” de 1982 que él y Servando compartían la hostilidad de su tiempo, el hecho de haber quedado atrapados en un tiempo contrario y enemigo, con el que, sin embargo, no se conformaban.

Así creo que es la vida. No un dogma, no un código, no una historia, sino un misterio al que hay que atacar por distintos flancos. No con el fin de desentrañarlo (lo cual sería horrible), sino con el fin de no darnos jamás por derrotados.

Y es en ese plano, en el de víctima inconsolable e incansable de la Historia, del tiempo, donde nuestro amado Fray Servando logra su verdadera ubicación.  

El mundo alucinante

           Desde el inicio de la novela, Fray Servando se agita, se asombra, ante un mundo (el de finales del siglo XVIII) alucinante y perecedero donde se producen continuos derrumbes y atrocidades por culpa de la guerra, la superstición, la injusticia y la pobreza.

           En la prosa de Arenas, todo se derrumbará continuamente, con mucha facilidad y humor negro. Distintos agentes derrumban capillas, casas, cuevas, montañas. No tanto para significar la fuerza de estos agentes, sino para significar que el mundo es frágil e inestable y que las fuerzas represivas son desmesuradas e impunes. Las casas se desmoronan, las estatuas caen con estrépito, la gente muere. 

           Nada más llegar a Ciudad de México, desde Monterrey, una lluvia de botellas golpea al fraile, y la montaña que rodea la ciudad se desmorona:

Lo duro vino al tratar de escalar la ciudad, que está como a dos mil varas de altura. ¡A quién se le ocurrió fundar un pueblo a tamaña elevación! Y llegando y con las manos al rojo por el escalamiento, una lluvia de botellas se te viene encima. El alud no parece tener fin y entre canecas y frascos vacíos regresas hasta el mismo principio del promontorio. “Habráse visto”, dijo un cura que salió de entre el botellar, “esa gente no piensa en otra cosa que en beber. Y la ciudad, abarrotada de botellas de pulque, de chicha y de alcoholes de España, empieza a desmoronarse con todo su cargamento de vidrios” 

           En todos los países por los que pasa, el fraile se topará con un mundo inestable, delirante, peligroso, lleno de gritos, estallidos, derrumbes y muertes; sometido a continuas devastaciones y metamorfosis, asolado por la pobreza y el abuso. Algunos ejemplos de las ciudades europeas de finales del siglo XVIII que retrata son Madrid y el París de la Restauración Monárquica tras la época jacobina – en una clara exageración del narrador pero no tan alejada de la realidad… 

Las calles [de Madrid] son tan estrechas que la gente tiene que caminar de lado y sin ver nunca el cielo, por lo cual cuando una persona va atravesando un tramo, la que viene en dirección contraria tiene que agacharse, treparse a una ventana o tirarse en el suelo y esperar a que le pasan por arriba; y algunas veces se matan en esta discusión de quién es el que tiene que agacharse y quién el que va a cruzar por encima… 

[En París] somos sorprendidos por un batallón que, con furia, cruza sobre nosotros… alguien me comunica que no están haciendo más que perseguir una paloma que, sin respeto a la propiedad ajena, osó meterse en los sembrados de un obispo. Así iban quedando destrozados todos los campos por donde atravesaba el ejército en busca de aquella avecilla. Se siente una estampida, parecen cañones que retumban furiosos. Han atrapado a la paloma…… 

​          El poder de exterminio no es exclusivo de las instituciones humanas injustas. También el mar descalabra las barcas, el calor derrite a las personas (por ejemplo, en la Habana, “El verano. Los pájaros, derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento”), el frío y la nieve sepultan, y los fuegos derrumban y sacuden la tierra, como ocurre en México con las hogueras de la Inquisición.

           Servando tratará de oponerse a este mundo injusto e inseguro, y caerá preso por sus ideas políticas, víctima del sistema. Tras sus críticas a la virgen de Guadalupe, comienza la fiera persecución por parte de las instituciones religiosas y políticas. El fraile será encerrado en siete cárceles (incluyendo El Morro de la Habana, donde estuvo preso el propio Arenas), aislado, maltratado. Se convierte así en la gran ‘víctima de la Historia’ de la que hablaba Arenas en el prólogo. Continuamente perdiendo jirones del cuerpo, sufriendo del mundo en que vive. Dudará. 

En la celda del convento donde ahora estoy más que preso: humillado….. Y lo mejor hubiera sido que yo no hubiera sido. Que no fuera nada. Y no estar a expensas de este calor madrileño que lo traspasa a uno y lo deja muerto en plena calle. O a estas heladas, que de un aire en el costado, enfrían a cualquiera, ya para siempre. Ni estar expuesto a estas continuas huidas y para siempre caer cuando ya hasta me había olvidado que era perseguido. 

Víctima incansable

          Pero Servando, víctima de su tiempo y de su mundo alucinante e injusto, es una víctima incansable. Y ante la persecución, luchará y escapará de todas las prisiones. Con esta furia de las huidas que planea en las cárceles, no se dará por vencido:  

[Cárcel de Veracruz] Y yo me sentía de veras triste. Pero en seguida me llené de esperanzas y empecé a tantear por todo el piso y las paredes, tratando de localizar la hendidura

[Bayona] Y yo no veo la forma de escaparme de esta jaula… Pero tengo que salir de aquí como sea. ¡Tengo que salir!, ¡que salir! 

[Cárcel de Madrid] Terminaron [los piojos] de comerme la frazada y entonces el frío empezó a comerme a mí… Y llevando por ropa ton sólo un pañuelo con el que me cubría la cabeza para no perecer, meditaba sobre las posibilidades de la resistencia. 

           Además, no solo los agentes negativos son capaces de derrumbar: también Fray Servando o su amigo Borunda (en el apartado biblioteca) tienen la capacidad de derrumbar lo que estorba con la contundencia de sus voces y sus palabras libertarias, de su imaginación. Todavía hay esperanza en la gran alucinación, el cambio continuo en el mundo inestable lo puede transformar todo.

         Por ejemplo, con su imaginación (o la de su autor) Servando logra derrumbar y fulminar la última cárcel española en que es encerrado: Toribios en Sevilla.  Considerado un preso peligrosísimo tras haberse escapado de muchas prisiones, es atado con numerosas cadenas – que le aprisionan todo el cuerpo, desde todos los dedos del pie hasta todos los cabellos de la cabeza, pasando por todas las pestañas. En esta brutal e inverosímil exageración del narrador, Servando consigue “una apariencia sobrenatural y terrible, que asustaba hasta a los propios carceleros”. Éstos, muy supersticiosos, asustados por el peso muerto y encadenado, continúan amarrándole más y más cadenas. La cárcel empieza a crujir y a resquebrajarse; mientras Servando, cuerpo remoto bajo las cadenas, se abstrae en un presente intemporal, burla la prisión con su pensamiento (“emergiendo ligero de entre aquellas barras de acero, saltaba por sobre las mismas narices de los carceleros y llegaba, retrocediendo en el tiempo, hasta los campos de arena de Monterrey”). Los carceleros continúan añadiendo cadenas, aterrorizados con el menor ruido, entonces se produce el gran derrumbe y liberación: 

Y los carceleros seguían temiendo…Hasta que llegó el momento: los aterrorizados guardianes oyeron el crujir y se refugiaron, abrazados, en las celdas más bajas. Luego oyeron de nuevo el crujir, y siguieron refugiándose. Y al momento se escuchó un estallido de las paredes, un estallido del piso y un estallido de toda la prisión. Y era el peso de las cadenas del fraile que, al fin, había echado abajo toda la cárcel, que ya no resistía más. Y los escombros de las rejas fueron abriéndose paso a través de otros escombros. Y el fraile, encadenado, se vino abajo, entre aludes de piedras y chirridos de grilletes, que se retorcían y cedían. Así fue rodando aquella masa de acero, piso por piso, hasta convertir en polvo todas las galerías y echar abajo las infernales celdas, hasta llegar al piso más bajo y aplastar, de un solo golpe, a todos los temerosos carceleros…… Y el fraile cayó sobre las olas, tan espumosas, que no cesaron, ni por un momento, de estrellar a los cangrejos. 

          Con esta liberación completamente imaginaria, delirante y derrumbante, incitada principalmente por esta prosa rápida y violenta, por el deseo de Arenas de liberar al fraile, por el deseo de darle la vuelta al castigo de las cadenas que nada aprisionan (pues el pensamiento sigue libre, pues las prisiones nunca son perfectas), el deseo de derrumbar la cárcel con el peso de sus propias torturas y de toda su infamia. 

Volcanes: el fraile alucinado  

           Después de la salida de la última prisión española, Servando consigue liberarse, e inicia el regreso a México. Sin embargo, en los primeros días de la independencia mexicana, seguirá encontrando contradicciones e injusticias, que le llevarán siempre a protestar, y siempre a la persecución o a la hostilidad del mundo. Es por esto que, también animado por su imaginación, al final del libro llega el gran derrumbe: el final previsible y fatídico de la Ciudad de México. La erupción de los ocho volcanes que la rodean. La Profecía del fraile cuya huida no termina: México pereciendo bajo su propia contradicción histórica y religiosa – del absurdo que denuncia Servando/Reinaldo de que tras una gesta libertadora, se venere a la Iglesia. 

           Este gran derrumbe, el único natural e incontenible, ocurre durante la procesión de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre de 1825. El primer presidente de México, Guadalupe Victoria, que cambió su nombre por la patrona de México, organiza la gran peregrinación a Tepeyac en el día de la virgen, para venerarla como patrona de México Independiente. Fray Servando lo contempla todo desde el Palacio Presidencia: observa la ciudad devota y supersticiosa, escucha la calma alterarse por las innumerables campanas de la iglesia tan odiada repiqueteando por toda la ciudad, las campanas sacudiendo los cimientos de México, con su extraña devoción. Observa también los volcanes que rodean la ciudad y siente el peso de una nueva cárcel, la lucha siempre recomenzada, se siente encerrado en su propia victoria contradictoria de la que no puede escapar, acosado por las campanas. 

           Entonces, y totalmente alucinado, sentado en una silla, logra alcanzar dimensiones y épocas paralelas a golpe de un movimiento de la mano; y en este anacronismo imaginario se produce el gran derrumbe que calcina y destroza México, barriendo con su lava todas las devociones y los falsos ídolos que originan el abuso político. Derrumbe alucinante también: del estruendo de las campanas, la tierra empieza a temblar y, trasportado a otra época, los ocho volcanes que rodean la Ciudad de México erupcionan. Los volcanes empiezan a activarse, a castigar, a desolar, a liberar la ciudad encerrada: 

Campanas, campanas alternando el tiempo, campanas, enloqueciendo a los pájaros; campanas, rajando con su resonancia todos los vitrales; campanas, retumbando en las dos bóvedas; campanas, haciendo que los volcanes se enfurezcan y estallen en erupciones….; campanas, campanas y la lava sepulta todos los barrios de la ciudad; campanas, campanas, y el fraile totalmente histérico se encarama en una de las torres del Palacio; campanas, campanas, campanas que descienden, que van cesando, que se apagan, porque ha concluido la ceremonia de la Catedral. Por un instante el silencio es imponente. Después comienza la oración solemne. 

           Sin embargo, nada de esto ha pasado. Fue la mano (la imaginación) de Servando la que logró esa erupción. La vida mexicana y su devoción siguen su curso, los volcanes siguen dormidos. La lucha por la liberación continúa. 

El fraile escribirá 

           La conclusión del libro es, pues, que la lucha por la libertad debe recomenzar siempre. El gran derrumbe de las instituciones represivas deberá continuar. 

           Como le dice el narrador a Servando en el capítulo final, el de la muerte del fraile: “las batallas para ti no han terminado” y, en sueños, el fraile continúa con “el planeamiento de las nuevas huidas”. Servando no consigue deshacerse de esa lucha por la independencia, por la libertad; de esta huida constante. Porque en un mundo alucinante y devastado, siempre queda la lucha, la huida y la escritura (esto es, la imaginación liberadora, capaz de devastar cárceles y ciudades).

           Servando es pues, el héroe-víctima, que opone la “justificada furia e injustificado optimismo”, la energía de las huidas; a la violencia y el oprobio que sufre, sin poder liberarse nunca del todo, sin poder olvidar tampoco.

           Como el propio Arenas quien, en sus memorias, cuenta que al salir de Cuba y encontrarse en Miami, algo más poderoso le salvaba de la nostalgia, le incitaba a la lucha.  

No tardé, desde luego, en sentir nostalgia de Cuba, de La Habana Vieja, pero mi memoria enfurecida fue más poderosa que cualquier nostalgia. (Antes de que anochezca, 1992)

           Servando/ Reinaldo es el que no se da por derrotado, y en eso radica la auténtica reivindicación de libertad de la novela. Pues la novela es, entre otras cosas, una defensa total de la libertad, en todas las épocas. Libertad no específica, sino alegórica o simbólica (pues la libertad es, principalmente, la ausencia de la prisión) y también libertad como proceso continuo, inacabado e intransferible de liberación de todas las cadenas, una lucha contra todos los enemigos, y todo medio o institución de represión. Estas cosas, por sí solas, justifican la inquina que sufrió el libro por parte de los censores.  

        Fray Servando es la víctima de un mundo alucinante pero, incansable, escribe, huye e imagina erupciones escandalosas.   

           En los nuevos y vastos mundos alucinantes que nos rodean y acosan como los volcanes a México, no podemos sino admirar esas memorias enfurecidas, y esas ansias de no sucumbir, de las víctimas incansables e inconsolables de la historia y del tiempo. 

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