Los infiernos de Virgilio
Virgilio Piñera nació en Cárdenas (Cuba) en 1912. “Como loca de argolla era un personaje extremadamente auténtico y él sabía afrontar el precio de esa autenticidad”, dijo de él Reinaldo Arenas en su autobiografía. Fue uno de los más importantes escritores cubanos del siglo XX y, además, homosexual. Murió en La Habana en 1979 en la pobreza y aislado. Sus cuentos – reunidos en Cuentos fríos (1956) y El que vino a salvarme (1970) – son herméticos, parabólicos, y cuentan con innumerables y minuciosas descripciones de losinfiernos (reales, simbólicos, políticos, casi siempre, humanos) en los que los personajes tratan de sobrevivir sencillamente, aceptando la rutina de las llamas; o, a veces, desesperadamente.
Reproducimos y repasamos aquí algunos de los infiernos, cárceles y huidas de Virgilio. Empezando por el cuento de las edades del infierno:
Cuando somos niños, el infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman —¡las llamas de la imaginación!—. Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo.
Ya en la vejez el infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre? (“En el infierno”)
—¿Quiere decir —vociferé— que su alma depende de su cara?
—Si no fuera así —me respondió sollozando— no estaríamos sentados en estas tinieblas. Estaríamos viéndonos las caras bajo un sol deslumbrador. (“La cara”)
Sin embargo, el condenado, tiene la capacidad de encontrar extraños consuelos, extrañas libertades. Juegos u objetos que le permitirán refugiarse en una enajenación o un hundimiento que tendrá el mérito, al menos, de ser una elección propia.
Estos refugios, en los cuentos de Virgilio, siempre son absurdos, cómicos o desmesurados; también ciertamente irónicos y, por lo tanto, acusadores. Por ejemplo, una bañadera, la natación de interior o una escalera de la que uno se enamora cuando va a pagar impuestos.
Ahora estoy sumergido. Textual. Ha llegado el momento casual del baño: me sumerjo hasta el cuello en el agua caliente de la bañadera. He aquí que mi miedo está tapado momentáneamente por el agua. (“El enemigo”) | Conozco al causante de mi extraña libertad. Es —no quiero demorar más esta confesión— la gran escalera del Palacio Legislativo. El jueves pasado tuve que ir al Palacio. Estaba muy atrasado en el pago de unos impuestos. Las oficinas de dichos impuestos se ubican en el tercer piso. Empecé a subir la gran escalera. De pronto me quedé clavado en su quinto escalón. Sentí que me absorbía y que, al absorberme, me libraba del resto. Era ella, pues, lo único que me interesaba. Subirla y bajarla. […] |
He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay temor a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogado de antemano. (“Natación”). | Ahora recuerdo que un suicida se despeñó por ella hará cosa de un año. No voy a enjuiciarlo ni mucho menos voy a maldecirlo por haber manchado con su sangre los hermosos escalones. Igualmente no voy a reírme del triste loco al que se le antojó defecar sobre sus mármoles. Para uno y otro la escalera tenía un sentido muy preciso. Esto tiene de singular la escalera: es siempre ella misma y al propio tiempo es también la libertad de quien la elija. (“La gran escalera del Palacio Legislativo”) |
Los “condenados”, por lo general, aceptan estas libertades, y acaban amándolas locamente. Sin embargo, en algunos cuentos, los personajes tendrán al menos la lucidez de entender que estas huidas son un simulacro al que les condena la miseria, la soledad o el encierro; simulacro muy distinto a la vida que se hubiese querido o que se tuvo. Como ejemplo, estos dos personajes que animan sus vidas frustradas con consuelos que no anulan, sin embargo, el infierno en que se vive.
Es lamentable, pero no me queda otro remedio que confesarme derrotado: ninguna mujer me ha querido. Habría dado gustoso todas las traiciones de un amor engañado a cambio de unos cuantos días de éxtasis. Por otra parte, no es el caso decir si son ellas las causantes de mi desdicha o si a mí me faltó el grado de seducción requerido. ¡Vaya usted a saber! A los cincuenta años uno hace rato que dejó de problematizar. Como quien dice, se busca el lado práctico de las cosas, así como un remedio casero. Creo haberlo encontrado. Se trata, en suma, de algo tan simple y controlable como los amores de vista. Las mujeres que elijo para mi juego amoroso nunca llegarán a sospechar que las amo. Yo lo pongo todo: la declaración y el ansiado sí […] Y así voy por la vida; es decir, por la vida que me queda, amado y temido. Amado por ellas y temido por los hombres. No hay mujer que se me resista ni hombre que no salga derrotado si tiene la osadía de aspirar al amor de una mujer en la que he puesto mis ojos, mis helados, vidriosos, inexpresivos mas no por ello menos fulgurantes y abiertos. A veces, y es éste mi caso, en el infierno se logra disimular las llamas y los quejidos. (“Amores de vista”) | Me he salvado en una tablita. Y he aquí lo singular: después de todo soy un dichoso. Lo digo porque, sin proponérmelo, he logrado conciliar dos cosas tan contrapuestas como la fantasía y el utilitarismo. Ya les dije que tenía verdadero horror de caer en ese marasmo donde la cabeza se convierte en un montón de basura; eso tiene el agravante de repetir, día a día, hora a hora, todo lo que uno fue, sabiendo al mismo tiempo que la rueda no dará las vueltas hacia atrás. Pero la fantasía vino en mi ayuda […] Y allí estaba yo en la delicada, intangible operación de conocer sus almas por sus gustos […]. Seguiré en el juego, elegiré otra heladería. Ahora que he regresado a la infancia, debo ser cauteloso. En tarea de soberanía la única que me es dable poseer es la de la imaginación. Imaginar qué helado elegirá el cliente, o no elegirá, me coloca en esa linde de la existencia en donde sin estar muerto tampoco se está vivo. (“Frío en caliente”) |
Entre las distintas escapatorias o salvaciones posibles a las “llamas”, está, por supuesto, la escritura, siempre lúcida (frente a las escaleras o las bañaderas). Sin embargo, la escritura significa también la bifurcación y la enajenación mental, la destrucción de quien se salva solo parcialmente. Pues en el infierno, la escritura también se pervierte.
Eduardo, pugnando por escapar de la cárcel mental encarnada en dichas palabras, caía en otras cárceles más vastas, de frases desmesuradas, carentes de todo sentido, y con poder de encantamiento capaz de sumirlo en plena abyección mental. Era muy posible que Eduardo diera de lado a la escritura, que un día aciago se levantara sin el ánimo necesario, y se pusiera, como los presos clásicos, a amaestrar un ratón o hacer cantar a un pajarillo… (“El filántropo”) | Es en este sentido que me he servido de la literatura como de un escudo. Pero este escudo acaba de ser traspasado y del otro lado encuentra uno al guerrero de horrenda cara. No niego que el escudo quede más refulgente después de la batalla (la tremenda perforación que él nos muestra es nada menos que la obra) pero yo me habré hundido unos centímetros más en el fango de la culpa (“El enemigo”) |
Paradójicamente, la única respuesta valiente al presente infernal, que no implique el vuelo o la locura, quizás sea el miedo. De los más emblemáticos cuentos, está “El enemigo”. Este cuento ofrece la definición más pura y aterradora del miedo, pero es quizás el cuento de Piñera donde más se dignifica ese sentimiento, frente a cualquier escape absurdo (o cobarde) de la realidad. En este cuento, el personaje atormentado renuncia en su desesperación incluso al suicidio, pues de entre todos sus sentimientos el más auténtico, el más propio, es su miedo – ¡yo solo quiero ser muerto por las manos de mi miedo! O para ser más exacto, “debo” ser muerto por las manos de mi miedo.
No pensaba en nada…. De pronto me quedó le mente en blanco, mis ojos se dilataron por el terror, pegué un brinco y eché a correr. A los pocos metros me vi obligado a detenerme: un miedo enorme me envolvía en sus anillos como una boa, un miedo que salía de mí mismo y saliendo se me enroscaba en el cuerpo….
He ahí la primera piedra de mi siniestro edificio. Desde ese día al de hoy no he hecho otra cosa que poner “sacos de arena” a la furia de esas aguas. (“El enemigo”)
Ante todas estas escapatorias truncas, parciales o delirantes, siempre la victoria del Infierno, el ser humano está, entonces, inevitablemente condenado y solo. Sin embargo, como decía el primer cuento “En el infierno”, quizás la única salvación venga por la rutina, cuando, en el encierro prolongado, “la parte de rutina” acabe por ser “mucho mayor que la parte de sufrimiento”. Al fin y al cabo, puede que en la prisión no se esté tan mal, y que acabemos todos “ovillados” y aullando como Teodoro en “El conflicto”, cuando nos vengan a sacar.
Pronto llegaron. El carcelero abrió estruendosamente la puerta y Luisa entró. Volvió a echar los cerrojos y se retiró a su ángulo de observación.
—¡Teodoro! —exclamó la mujer—. ¡Teodoro!… —A causa de la oscuridad no podía Luisa distinguir claramente al condenado, pero lo cierto era que, por su parte, tampoco trataba Teodoro de hacerse más visible. Se había arrojado en el camastro, en donde ovillado con la frazada parda semejaba un lío de ropas.
—Teodoro, Teodoro —volvió a suplicar. No acababa por descubrirle—. ¿Te has marchado?… —Al fin presintió que el ovillo del camastro palpitaba y se dirigió a él. Entonces, tocándole, volvió a insistir—: Teodoro, escúchame…; vamos…, no te niegues. He sobornado al carcelero y solo disponemos de media hora.
Al oír estas palabras lanzó Teodoro un grito espanto:
—¡No, nunca, no!…
Luisa retrocedió aterrorizada porque el sonido aquel, emitido bajo la frazada parda, semejaba el grito de un sepultado en vida o los primeros rugidos de la tierra cuando es azotada por un terremoto.
—¡No, nunca, no!… —gritó Teodoro de nuevo, y se ovilló aún más en la frazada. (“El conflicto”)
Disculpe el lector la mutilación de los cuentos de Virgilio que realmente se deberían leer completos y de golpe, para sentir lentamente esa “argolla” con la que son atados sus personajes sin remedio. En este artículo nos hemos limitado a reproducir algunos de sus pasajes infernales, con el ánimo de descubrir la actualidad de las prisiones mentales, creadas o políticas que en ellos aparecen. También para celebrar la inmensa creación de Virgilio Piñera, que derrochando libertad verbal, opuso a esas prisiones la invectiva de las huidas, los consuelos, la conciencia y el humor, mientras el autor sufría su propia persecución.
Terminamos con un pasaje de un cuento apocalíptico, “El muñeco”, de rigurosa actualidad. Escrito en 1946, anticipaba quizás al futuro líder cubano, y a todos los figurones oficiales y políticos convertidos en muñecos de goma. Con ellos, se transformaba toda la sociedad en sus dobles “de goma”, perdiendo los contactos físicos, carnales e intelectuales. Se descubrió, por lo tanto, que la propia sabiduría era…
Como en las pestes universales, se produjo el gran contagio. Pronto el gobierno en pleno —desde el alto jefe hasta el humilde burócrata— se hizo reproducir en goma. A su vez, los Estados circunvecinos y los Estados lejanos adoptaron por entero la medida de la goma… […] Lo más terrible de todo aquel ejército de goma lo formaban los maestros y discípulos de este material. Presenciar una clase era un espectáculo inolvidable: por primera vez en la historia se llegaba a la evidencia que también la sabiduría humana era de…goma. (“El muñeco”)