La Celestina es un arma arrojadiza
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· Juan Goytisolo ·

Juan Goytisolo (Barcelona, 1931- Marrakech, 2017), escritor comprometido contra la dictadura franquista, se propuso arremeter contra todos los mitos de la historia sagrada de España, sobre los cuales se había edificado, siglo tras siglo, la personalidad colectiva española desde los Reyes Católicos – «el mito del caballero cristiano, este caballero presto a batirse siempre, podemos decir, a cristazo limpio, como cruzado de la Fe»; «el mito del destino español singular y privilegiado»; «el mito del paisaje de Castilla» o «el mito de la virginidad femenina». En este contexto, La Celestina, por su virulencia e irreverencia hacia la religión y la sociedad, por su sensualidad y por su traición, se convierte en un arma arrojadiza contra los dogmas católicos y contra la historia oficial de España. En su libro de ensayos Disidencias (1977), Goytisolo reivindica a Celestina, incluyéndola en la literatura marginal, definiendo de forma certera lo que debe ser este tipo de literatura, y lo que aporta (o destruye) en la sociedad en que se escribe.
Rojas derriba, trastorna y destruye las ideas y convenciones admitidas con una audacia única entre nosotros…
El dilema de Rojas [de tener que disentir en un idioma que de modo inherente enaltecía mucho de lo que quería rechazar, y que partir en guerra contra valores que no eran solo ‘de ellos’ sino ‘nuestros’], diría yo, no exclusivo de los conversos, sino propio de todos los disconformes y rebeldes que se internan en la lengua en que escriben como en territorio ajeno – ocupado por los defensores de la ubicua ideología oficial: un territorio infestado de redes, lazos y trampas por el que es preciso avanzar con infinitas precauciones y tanteos antes de sembrarlo a su vez de minas y bombas de relojería destinadas a estallar después en manos de los lectores incautos. Al expresarme de este modo quiero dejar bien sentado que no expongo una mera teoría: mi experiencia personal coincide en efecto, al cabo de los siglos, con la del autor de la tragicomedia. Obligado a desconfiar de la propia lengua, es más, a pensar en contra de ella, el desafecto se esfuerza, hoy como ayer, en instilar en su ámbito un elemento de subversión – ideológica, narrativa, semántica – que la corrompe y desgasta. La obra que agrega al árbol general de las letras es así un arma de doble filo…. Cuando nos dice Gilman (La España de Fernando de Rojas): «la ambigüedad acá no es una abstracción para críticos o una estrategia para poetas sino un modo de existencia», está dando la clave, tal vez sin saberlo, de todo un sector, quizá el más significativo y dinámico, de la literatura de hoy – la de los Genet, Burroughs o George Jackson, parias de un sistema contra cuya inhumanidad y atropellos se rebelaron y a cuya lengua han incorporado de mala gana unos textos que sobresalen por su insólita virulencia entre la adocenada producción de los autores «admitidos». La escritura es entonces un acto sutil de traición, y la obra del escritor marginal, un «cuento de horror» cuyos gérmenes – como nos muestra la vigencia actual de La Celestina – prosiguen su clandestina labor de zapa en el espíritu del lector y – aún al cabo de cinco siglos – lo conmueven, inquietan, trastornan y, dulcemente, lo contaminan. («La España de Fernando de Rojas»).