Fernando de Rojas, autor de La Celestina

/LITERATURA

· Marta Jordana ·

Según Gilman, Rojas es «desde un principio, el menos reconocido de todos los grandes autores del mundo occidental»(1). 

Nació en La Puebla de Montalbán en 1470, en una familia de judíos. Con el establecimiento de la Inquisición en Toledo en 1483, él y toda su familia fueron forzados a convertirse en una ceremonia de penitencia pública. Pero su padre, Hernán Suárez Franco, fue condenado por judaizante en el año 1488 (detenido, encarcelado, juzgado, declarado culpable y quemado). Su suegro, Álvaro de Montalbán fue también detenido en 1525 por un «desliz oral que había ocurrido muchos meses antes con unos familiares en Madrid». En este contexto de sospecha y violencia vivió Rojas: estudió en la Universidad de Salamanca (donde, según el prólogo, escribió La Celestina durante unas vacaciones), antes de establecerse en Talavera de la Reina como letrado. Después de la tragicomedia (que escribe más o menos con veinticinco años), no escribió ninguna otra obra de ficción.  

Su autoría vedada aparece en los versos acrósticos del prólogo de La Celestina, y se confirmó en 1902 cuando Manuel Serrano y Sanz descubrió los archivos del proceso de Montalbán en que éste dice que su nuero «creo a Melibea». Sin embargo, muchos han seguido dudando de la autoría de Rojas. Menéndez Pidal, Criado de Val o Marcel Bataillon, entre otros, aseguran que la obra es anónima o del autor del primer auto, que Fernando de Rojas, letrado, no era escritor, solo copista. Sánchez Albornoz estaba convencido de que la obra no era «del converso Fernando de Rojas sino de otro castellano [y aquí quiere decir viejo] del mismo nombre». Lida de Malkiel afirma que las interpolaciones de La Celestina de 1501 fueron escritas por «colaboradores hoy desconocidos, que ya habían intervenido en menor medida en la Comedia», colaboradores del círculo o sad few de judeoconversos. Etc. etc. 

Solo Stephen Gilman, investigador norteamericano y alumno de Américo Castro, investigó y aclaró en 1972 los datos de su vida, la relación con la Inquisición, en su gran libro Spain of Fernando de Rojas. Gilman afirma la autoría indudable de La Celestina de Fernando de Rojas. En primer lugar, por motivos históricos que descubre en los archivos, pero, sobre todo, por motivos literarios (por ejemplo: «La Celestina es una estructura inmensamente compleja de ironía, y sólo cuando la omnipresencia del autor es sentida entre líneas se llega a comprender a fondo el diálogo»). Sin embargo, los esfuerzos de Gilman, nada han cambiado desde entonces respecto a Fernando de Rojas 

Rojas sigue sin ocupar el merecido puesto en la literatura española que no obstante ocupa su obra y su personaje Celestina. El autor continúa siendo puesto en duda, como demuestra su escasa resonancia en la geografía del país, por ejemplo en Madrid capital. Comparado con las imponentes avenidas de Velázquez o Goya en el barrio de Salamanca de Madrid, vemos la tristeza de la pequeña y nueva calle Fernando de Rojas en Sanchinarro.  

También contrastan las imponentes estatuas en Madrid de Quevedo, coronando su propia glorieta, con gran altura cristianovieja, apoyado con inmensas musas y ángeles rodeándolo; o de Calderón en el centro de la plaza del Teatro español; o de Lope de Vega sobre un pedestal descomunal cerca del palacio; con la única estatua de Rojas en toda España. Está en Talavera de la Reina, donde Rojas fue letrado, en la plaza del Pan, y se inauguró solo en 2016. Estatua oscura, Rojas está solo, sin ninguna musa que testimonie de su labor como escritor, nada más un pequeño ejemplar de la tragicomedia (que bien parece un misal) en la mano izquierda. A la intemperie en Talavera de la Reina, a ras de suelo, a la misma altura que los pasantes, sin pedestal.

Muchos dicen que esta falta de reconocimiento del autor se debe a su origen judeoconverso, a «la creencia de que sólo la casta de cristianos viejos era verdaderamente española y verdaderamente honorable… la idea tácita de que sacar a la luz la ascendencia de un Rojas (por no hablar de una Santa Teresa de Ávila) equivale a borrar sus obras de la lista honorífica nacional». 

Otros dicen que el ninguneo se debe a su marginalidad: el erotismo, la virulencia verbal y literaria de su obra (distinta a la de un Cervantes, siempre dispuesto a velarlo todo en trampas lingüísticas).  Y otros lo explican con que la imponente presencia de La Celestina borra a su autor – «los interlocutores se apoderan de La Celestina, pareciendo como si fueran sus autores… la voz autónoma de Celestina se enseñorea de la obra, imponiendo una unidad que va a reflejarse en el título… La Celestina cae así en manos de una vieja alcahueta». 

Aunque es quizás la opción más certera que Rojas en esta grandísima contradicción final en torno a La Celestina llena de contradicciones, sencillamente no quisiese elevarse en ningún pedestal, ni ejercer de escritor, ni reivindicar su autoría. Quizás solo quería escandalizar al mundo con su Celestina, ofrecer la historia del horror, romper con las reglas de la literatura (incluyendo su posición de escritor), y con esto romper su reflejo, las reglas opresoras de la sociedad en guerra. 

(1) Stephen Gilman, Spain of Fernando de Rojas, Princeton University Press, 1972.  

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