Ética del sistema universitario en tiempos de crisis
· David Raga ·
Después de más de un mes encerrado en casa debido a esta situación claramente distópica, una vez más la vida nos demuestra que el ser humano no es tan poderoso como pensábamos. Una vez más, la naturaleza nos baja los humos y los aires de grandeza para decirnos que no somos tan invencibles y en cualquier momento, el menos pensado, nos puede golpear y tumbarnos en la lona de un solo golpe. Me atrevería a decir aún más: hemos tenido suerte de que el golpe que nos han dado esta vez haya sido relativamente suave. Pero este no es el tema que nos concierne en estos momentos.
Lo que yo quiero comentar, reflexionar, es mi situación personal y particular en el ámbito académico de esta situación. Quizá muchos de vosotros podáis compartir conmigo mis mismos pensamientos o sentimientos de estos días; en cambio, muchos otros podéis pensar que es una mera opinión y que no se acerca nada a la realidad. Pero lo dicho, es una reflexión, no es dogma.
Después de varias semanas de incertidumbre donde pensaba que las clases volverían a su normalidad en el plazo acordado de dos semanas, nos dijeron que habían decidido hacer lo que quedaba de curso de forma no presencial. Pienso que el primer fallo de esta decisión es el paternalismo. Si bien es cierto que estamos en una situación excepcional donde la salud de todos está en juego, nos han dicho que será una evaluación no presencial porque es lo mejor para nosotros, al igual que a un niño se le dice que no se ponga cosas en la boca porque es malo. A diferencia del niño —que no necesita argumentos ya que es posible que no entienda las razones por las cuales ponerse algo en la boca sea perjudicial— nosotros, los universitarios, deberíamos tener una serie de motivos y reflexiones por las cuales hayan llegado a esta conclusión. Motivos que justifiquen que es mejor la evaluación no presencial a otro tipo de evaluación. En los correos que recibimos ni siquiera apelan a la argumentación de que la situación es peligrosa para nuestra salud. Simplemente lo razonan poniendo: «Debido a esta situación excepcional» y nosotros debemos sacar las conclusiones pertinentes. No digo que sea una mala decisión, cada uno puede tener su propia opinión, digo que como estudiantes, deberíamos estar más informados de las razones por las cuales se toman una serie de decisiones u otras.
Por otro lado me gustaría hablar del famoso autoaprendizaje. En mi grado por ejemplo hay algunos profesores que han decidido que lo mejor para nosotros es que nos manden una batería de innumerables e inacabables PDF y nosotros nos preparemos para lo que pueda venir. La primera duda que me asalta es: ¿esta es la educación que estamos pagando? Vale, es una situación difícil para todos, incluso podría comprender personalmente que esté justificado que no dieran clase en casos extremos, aunque fuera su trabajo. Pero si con todo el peso psicológico que este encerramiento conlleva para los estudiantes, sumamos además el triple de trabajo donde tenemos otras asignaturas con la misma dinámica, personalmente se me quitan todas las ganas de seguir estudiando. Que no se me malinterprete, amo lo que estudio, lo que odio es una metodología tan poco productiva. Por supuesto no quiero quitar mérito a aquellos docentes que han sido súper comprensivos con nosotros, y que aun después de un innumerable cantidad de correos, dudas, preocupaciones y un largo etcétera nos han atendido con empatía, comprensión e incluso me atrevería a decir que cariño. Desafortunadamente este tipo de profesores escasean.
Tras esta reflexión me planteo las siguientes preguntas: ¿La universidad está dando la talla en esta situación límite? ¿El profesorado es capaz de ver nuestra precariedad en esta situación? ¿Es necesario un acontecimiento como este para que se produzca un cambio en las metodologías académicas? Es cierto que es una situación muy complicada que nos afecta a todos, por eso mismo los cargos educativos, tanto la institución como la docencia, ahora más que nunca nos tendrían que tratar como personas con sentimientos y problemas y no como un número estadístico. Por ejemplo, si no nos hubieran cargado con tanto estrés de trabajo acumulado, habría aprovechado más el tiempo leyendo lo que me gusta, pasando más tiempo en mis aficiones y en definitiva teniendo un mejor estado mental siendo así más efectivo en los trabajos que nos demanden los profesores. Al fin y al cabo se trata de aprender, no de entregar nuestra alma a una institución y hacer mucho para aprobar, pero se ve que el sistema solo nos quiere como meras máquinas eficientes. Es mi más sincera opinión cuando digo que ni la universidad ni el profesorado está a la altura de esta situación. No llego a tener claro, desde mi punto de vista, si es un problema de empatía, ya que no saben el peso que los estudiantes llevamos encima o en cambio, es un problema de egoísmo para así llegar a los objetivos que se habían propuesto antes de empezar el curso.
Sean o no estos motivos los que hacen que los alumnos estemos tan agobiados y saturados en esta situación, lo que está claro es que cuando todo esto acabe se tendrá que reflexionar sobre lo que ha sucedido. Tanto por un lado, los profesores, como por el otro, la gestión general de la institución universitaria, deberían sacar conclusiones y aprender de sus errores y virtudes para prevenir una próxima ocasión, dándonos así los servicios de mayor calidad que deberíamos tener.