El apocalipsis según la prensa
La prensa azuza a la población día tras día. Describe terrores, desastres naturales, escenas de guerra, héroes impecables. Una peculiar retórica, común a todos los medios de prensa nacionales e internacionales, exige de los ciudadanos pensar esta epidemia y esta cuarentena como una guerra. La guerra que nunca hemos vivido. Guerra porque tiene los elementos básicos: el enemigo poderoso, el Terror, los muertos (las imágenes de los muertos), los sacrificios dolorosos que tenemos que aceptar, los refugios, también los héroes, los mártires, la resistencia de los Pueblos, y sus contrarios los rebeldes.
Un análisis semántico de este lenguaje a través de algunos de los titulares y artículos de la prensa nacional se impone para entender la extensión de esta exageración, cómo se expande y manipula las realidades, y cómo describe también a las sociedades occidentales que lo leen, con su extrema delicadeza, su banalidad, su gusto por la catástrofe virtual y la información inmediata.
La guerra
La crisis del coronavirus es una guerra. En la prensa, encontramos muy a menudo las expresiones “guerra”, “batalla contra el coronavirus”, “azote”, “calamidad”. Los propios presidentes recurren a ella: “nadie puede ganar solo esta guerra” (Sánchez el 11 de abril), “Nous sommes en guerre” (Macron el 16 de marzo, como dijera su predecesor Hollande después de los atentados de 2015). La palabra guerra se diluye tanto que incluso se duplica, afirma Fernando Vallespín en el País que “estamos librando dos guerras, la guerra contra el virus y la de los políticos entre sí” (artículo “1977/2020”, 12 abril). Y se buscan sin parar nuevos sinónimos “la odisea que afronta la UE” (El País, 9 de abril).
La prensa rescata el lenguaje militar para narrarlo absolutamente todo: así caracteriza las acciones épicas de los distintos actores en la crisis: “Así está luchando la ciencia contra la pandemia. Los fármacos empleados para combatir la Covid-19…” (Daniel Mediavilla 27 marzo El País), “La búsqueda desesperada de un tratamiento eficaz” (11 abril, Manuel Ansede), también más de 8.000 militares “batallan cada día en España contra el coronavirus”, desinfectando (El País semanal del 10 de abril). Así describe a los demás países: “Italia, una ineficaz lucha sin cuartel y América Latina: Una bomba de relojería” (La Razón 22 de marzo).
En este vocabulario del desastre, todas las acciones que se narran adquieren tintes apocalípticos, la simple noticia de los anuncios del FMI (lógicos con la crisis actual), se cargan con verbos mortíferos que nos aseguran que estamos de verdad en esa guerra: “El FMI prevé que la economía se desplome y que el paro se dispare” (Ignacio Farizia, 14 abril).
La descripción de los paisajes también evoca (convoca) la guerra: “un anacoreta en cada balcón. Ahora el desierto son las calles vacías, las playas deshabitadas, las carreteras desnudas, los cines clausurados, los estadios muertos, las estaciones y aeropuertos paralizados en todo el mundo” (Manuel Vicent 11 abril): “paralizados”, “muertos”, “desnudos”, nos evocan además esos muertos en hilera de los grandes terremotos asiáticos, o esas praderas alemanas llenas de cruces blancas y anónimas de la primera guerra mundial. La intervención militar es otra prueba esencial de la realidad de la guerra – los militares llevan gruesos guantes, uniformes de camuflaje, grandes máscaras, “acometen”.

El País semanal, 10 de abril. Reportaje de Jesús Rodríguez: “La guerra de nuestra generación”.
El coronavirus es una guerra también en sus consecuencias: “hemorragia de desempleo, manguerazo de la Fed” en los Estados Unidos (10/4/ El País); y con sus distintos episodios sangrientos, por ejemplo en El País podemos leer la narración: “Reconstrucción de un mes en una residencia de Madrid con 39 muertos: ‘Una noche bajamos seis al sótano’” (Manuel Viejo 10 de abril).
El enemigo
Lo más esencial para una guerra, para combatirla, es la descripción desmesurada del enemigo. La prensa se sirve de los recursos pánicos y personificaciones a su alcance para infundir el miedo a lo paranormal. La pandemia – también llamada virus, coronavirus, o con el frío título de covid-19 – es escrita con términos cada vez más hiperbólicos, incluso bíblicos (en función del tono del medio informativo) se convierte en “la gran pandemia del siglo” (El País 12 de abril), “la plaga sin rostro” (David Grossman, El País, 13 de abril), o incluso, en el caso de Nicaragua, en “el ángel exterminador” (El País, Sergio Ramírez 5 abril).
Por su fuerza es también un elemento natural. Los tripulantes de un buque costero confinados en el mar, describe el coronavirus como “una de las olas más peligrosas” que jamás vieron (El País 13 abril). También es un mar incontrolable con “olas de contagios” (como afirmaba atemorizada Ayuso). Y La Razón se hizo eco de la frase alucinada de Trump —el corona es “un enemigo horrible e invisible” (22 marzo). Por supuesto, se asemeja también (por sus consecuencias, en una brillante metonimia muy típica del lenguaje periodístico) a un terremoto. Nueva York, Madrid, Lombardía son descritas en muchos medios como “epicentros” de la pandemia (por ejemplo, Le Monde, 3 abril; El País 11 abril).
Por ser este elemento natural tan expansivo, tan hiperbólico (plaga, enemigo, ola, catástrofe, volcán), sus acciones son también apocalípticas, y están expresadas en los mismos términos. Así “se extiende y golpea” como una bomba atómica (“El Covid-19 sigue extendiéndose por Occidente mientras su segunda oleada golpea a Asia”, Jaime Santirso, El País, 14 abril); “parece amenazar con absorber todo nuestro ser” (también David Grossman). Del mismo modo, la pandemia “asfixia” a los taxistas mexicanos (El País 12 abril), “se mueve” (en el artículo “¿Qué pasa cuando alguien tose en el supermercado? Así se mueve el Covid-19”, El Mundo 14 abril), provoca “diluvios de pacientes” (NY Times 24 marzo). Y supuesto, consecuencia obvia, asesina. “El virus ya ha matado a más de 100.000 personas en el mundo” (10 abril), “así ataca en los casos más letales” (en El País 9 de abril con un vídeo en 3D).
Los héroes
Pero, al pie de la batalla, como en toda guerra, los guerreros. Así la OMS está, según Le Monde, “en pie de guerra”, asumiendo el mando (20 marzo). En el caso español, quizás menos belicoso, la guerra se confía a los héroes cotidianos y los “luchadores” contra la pandemia (El País semanal 29 de marzo).
Tanto en la prensa como en todos los sectores de la sociedad, se llama a los sanitarios “héroes”: “héroes del coronavirus” (El País semanal del 29 de marzo les dedica una fotogalería); los vecinos resistentes colocan carteles “Aquí vive un héroe”.
Son también caracterizados como tal, con fuerzas sobrehumanas y morales: “cuanto más aprieta el virus, los sanitarios sacan más fuerzas de flaqueza”, “cada vez nuestro ritmo de trabajo es mejor y más cañero” (dice Naiara Uriarte en el artículo del País semanal ya citado). La Razón se permite incluso una metáfora con la palabra “cicatriz”, asegurando que las marcas dejadas en la piel de los sanitarios por los equipos de protección son las cicatrices de las heridas guerreras: “Las cicatrices del coronavirus: así queda marcada la piel de los sanitarios” (14 abril).
Otros actores heroicos son el Open Arms al acudir al “rescate de ancianos” en Barcelona; incluso los hosteleros que ceden sus hoteles a enfermos del covid, contagian solidaridad (como explica Belinsa Saile en “Hoteles medicalizados: la solidaridad también es contagiosa”, 12 de abril), haciendo balanza paradójica y fácil contra el “contagio del virus”.
También se apela, a veces, a héroes de la historia. El País publica un homenaje a Mandela pues su autor, Gavin Evans, asegura que “sus palabras pueden resultar sumamente útiles para aquellos que por el coronavirus se enfrentan a meses de confinamiento en un espacio angosto” (“Lecciones de confinamiento: así se mantuvo en forma Mandela fuera y dentro de la cárcel”, el 8 de abril).
El pueblo también está “llamado” a luchar y a heroicizarse. Marta Rebón aconsejaba en El País, en su artículo “Pensar el caos”, y citando a Platón que: “en la actual era pandémica deberíamos mostrarnos ‘heroicos’, en el sentido de saber formular las preguntas correctas” (27 de marzo). Obviamente, para una nueva “era”, se necesitan nuevos humanos.
De ahí los consejos cotidianos con vocabulario marcial: “una buena nutrición, arma esencial contra el coronavirus” (El País 10 abril), o de nuevo las hipérboles “cómo se enfrenta un pequeño pueblo soriano al coronavirus” (El País 9 de abril). Del mismo modo, para Nacho Meneses en El País, compartir apuntes con los compañeros de la universidad o el apoyo psicológico gratuito son “muestras del compromiso social impulsado por la crisis sanitaria del coronavirus”; de hecho, este artículo se intitula “Los jóvenes se movilizan para mitigar los efectos de la cuarentena” (8 de abril). Y es que, se puede seguir luchando en una unión que da la fuerza, a pesar de las distancias: “un tercio de la humanidad vive en estos días confinado, pero conectado en la lucha contra el coronavirus. Esta es la gran paradoja: la unidad de los pueblos se está expresando mediante la separación” (Sergio del Molino 29 marzo, El País).
El sacrificio
La agresividad del enemigo horrible e invisible y la inminencia de la guerra nos obliga, por supuesto, a hacer sacrificios, pues la prioridad es combatir el enemigo. Se abandonan los quehaceres cotidianos y la relación con la autoridad cambia.
El primer y más evidente sacrificio, la cuarentena, a parte de ser una orden (muchas veces formulada en voz pasiva pues la culpa es del virus invisible), no deja de ser, para la prensa, un sacrificio al que habrá que enfrentarse (con la misma virulencia que al virus). Mientras las bombas caen ahí fuera, los ciudadanos deben encontrar el refugio o búnker para resistir. Encontramos esta palabra de forma reiterativa (y banal) en El País: “las citas ‘online’, refugio inesperado frente al virus” (Pablo León, 29 marzo), “las redes sociales, el refugio diario para sobrevivir a la cuarentena” (Jorge G García, 22 de marzo El País), “twitter, el refugio donde bromear” (Verne 14 de abril).
En la angostura del refugio, el prisionero deberá fortalecer la salud mental, y florecen en la prensa mundial, los consejos amigables y terapias psicológicas: “cómo afrontar el confinamiento. Cuando no podemos anticipar el porvenir, nos invade una incertidumbre. Ante el estrés, hay que pensar que ocupamos el asiento del conductor” (Luis Rojas Marcos, 29 marzo – profesor psiquiatría NYU). También las alternativas en el entretenimiento, en la era del todo disponible. Observamos la variedad de ofertas evocadas por El País: “tres series de ejercicios para hacer en casa durante la cuarentena” (14 abril). “réplicas de carne y hueso de pinturas famosas para divertirse durante el confinamiento” (13 abril); “cómo distinguir a un gorrión de un acentor para pasar el rato en el balcón” (13 abril), “haz un Warhol con tus peques”. O la amable psicología del New York Times:

Entre los demás sacrificios del conflicto bélico está el moderno teletrabajo. La prensa en general se ocupa más en cantar sus logros que en definirlo como sacrificio. En el artículo “Cómo el teletrabajo puede cambiar nuestro futuro. descubre sus beneficios” (El País, 23 de marzo), se alaban sus virtudes capitalistas: “el teletrabajo permite al empleado aprovechar más su tiempo”, o en La Razón “el trabajo remoto te permite vestir informal y colgar el traje” (14 de marzo). El teletrabajo se escapa al discurso lúgubre y a la hecatombe del virus, quizás porque viene para quedarse…
Los rebeldes
Como en cada guerra, también inevitablemente, existen los rebeldes, traidores y colaboradores secretos del virus invisible; incapaces de hacer sacrificios. La prensa denuncia su irresponsabilidad, los acusa: “Denunciado un hombre por pasear una gallina durante la cuarentena. La guardia Civil identifica a un lanzaroteño de 51 años con el animal atado para burlar el confinamiento” (El País 27 marzo).
Los muertos
La consecuencia más inevitable y trágica de la guerra son innegablemente los muertos. La prensa española no ha demostrado una gran morbosidad (como sí lo ha hecho la televisión) recreándose en las muertes. Más bien todo lo contrario, también por la cifra exorbitada que se asemeja más a una lista de “bajas” que de muertes individuales. Suelen utilizar el sustantivo abstracto “las muertes”, el eufemismo “fallecidos”. Así vemos que las muertes “repuntan”, “caen”, “la curva de fallecidos sigue en su meseta”, “EEUU supera a Italia en número de muertos” (12 abril), “un pico de muertes tremendo y anormal” (Kiko Llaneras, 11 abril), “las muertes por coronavirus consolidan la tendencia a la baja y caen” (11 abril) – algo abstracto y frío.
Sin embargo, algunas noticias sí que recurren al recurso pánico, no sin cierta frivolidad, algunos ejemplos: “el adiós por vídeo a dos abuelos justo antes de morir por Covid-19”, “a través de la aplicación FaceTime” (El País, 13 abril); “poco antes de fallecer en el hospital una mujer de 79 años recibe una carta de su nieto llena de esperanza. ‘Me ha hecho mucha ilusión’, le respondió” (El País 10 abril), “mueren cinco monjas y siete están aisladas en una congregación de 20 religiosas de un pueblo de Madrid” (Manuel Viejo, El País 8 de abril).
Muy distinto del ambiente terrorífico de algunos medios internacionales, la prensa escrita española elude hablar del triste enterramiento en tiempos de guerra: la fosa común y el transporte militar. Comparemos el New York Times que transmite en directo el entierro de “cadáveres sin identificar” en Hart Island (https://www.nytimes.com/2020/04/10/nyregion/coronavirus-deaths-hart-island-burial.html), o las hileras de camiones militares en Italia; con la elegante foto de El País de los representantes madrileños en el acto de clausura en la morgue del palacio de hielo de Majadahonda (no menos terrorífica por poco explícita).



Fin
Este artículo no pone en duda la labor informativa, democrática y necesaria de la prensa, ni la gravedad del virus ni de sus consecuencias; se limita a analizar la retórica de la guerra que utiliza, en nuestra opinión, equivocadamente y fuera de lugar, pues creemos que las palabras “virus” y “pandemia” hablan por sí solas y no necesitarían de más exageración ni tergiversación que solo consigue alejarnos de los verdaderos hechos. Acusamos la frivolidad con la que se usan todas las palabras relativas a la guerra – ya sea para infundir el pánico colectivo frente a un enemigo gigantesco e incontrolable (cuyas consecuencias son desplomes, diluvios); para banalizar conceptos desplazados (como que pasarse apuntes por internet sea un “compromiso social”); para reducir el significado de muchas palabras y realidades (como las palabras “batalla”, “refugio” o “terremoto” cuyas consecuencias serían otras); para sacar titulares y conclusiones inmediatas (como la idea de que entramos en una nueva “era pandémica”); e incluso para confundir acciones tan dispares como la pacífica “desinfección” de España por los militares con una brutal “batalla”. Acusamos igualmente a algunos lectores, sedientos de épica, que aceptan la guerra también porque somos la generación Netflix, delirante y casi deseosa de encontrarnos con esos Kalachnikovs de plástico y esas sangres derramadas de la casa de papel.
No olvidamos, sin embargo, que este vocabulario está inspirado en los discursos de muchos presidentes, que utilizan estas palabras no siempre de forma inocente: así se esconde la precarización laboral de los sanitarios bajo la palabra hiperbólica y lejana de “héroe”; o el descontrol político bajo las palabras del inevitable desastre natural (“diluvio”, “terremoto”) y de la calamitosa guerra.
Si se nota que la mayoría de referencias son del diario El País, es porque hemos preferido dejar fuera de nuestro análisis los medios de comunicación cómicos y burlescos como algunos artículos de La Razón (“Alerta por el coronavirus: los perros engordan sin control” Emer Iglesias, 14 de abril), o de El mundo today (“La Guardia Civil interrumpe decenas de pasos de Semana Santa desfilando bajo tierra”, Kike García, abril 2020); y también aquellos medios informativos con intereses mezquinos o partidistas.
NOTA: Frente a la corriente general, muchos periodistas de los mismos medios que hemos analizado ya han denunciado el uso desproporcionado del lenguaje apocalíptico: por ejemplo, Ramón Lobo el 3 de abril en El País “El virus y el lenguaje militar”; Gaïdz Minassian en Le Monde el 8 de abril “Covid-19, ce qui cache la rhétorique de la guerre”.