«El ano solar» de Georges Bataille

· Traducción de Marta Jordana ·

Está claro que el mundo es puramente paródico, es decir, que cada cosa que vemos es la parodia de otra, o incluso es la misma cosa, pero bajo una apariencia decepcionante.
Desde que las frases circulan por los cerebros ocupados en reflexionar, se procede a una identificación total, pues, con la ayuda de la cópula, cada frase relaciona una cosa con otra; y todo estaría visiblemente relacionado si descubriéramos, con una simple mirada, en su totalidad, el rastro dejado por un hilo de Ariadna conduciendo el pensamiento por su propio laberinto.
Pero la cópula de términos no es menos irritante que la del cuerpo. Y cuando grito: YO SOY EL SOL, el resultado es una erección integral, pues el verbo “ser” es el vehículo del frenesí amoroso.

Todo el mundo es consciente de que la vida es paródica y le falta una interpretación.
Así el plomo es la parodia del oro.
El aire es la parodia del agua.
El cerebro es la parodia del ecuador.
El coito es la parodia del crimen.

El oro, el agua, el ecuador o el crimen pueden ser enunciados indiferentemente como principio de las cosas.
Y, como el origen de este fenómeno no está relacionado con el suelo del planeta actuando como base, sino con el movimiento circular que el planeta describe alrededor de un centro móvil; un coche, un reloj o una máquina de coser pueden también ser aceptados como principio generador. 

Los dos movimientos principales son el movimiento rotativo y el movimiento sexual, cuya combinación se expresa con una locomotora compuesta de ruedas y de pistones.
Estos dos movimientos se transforman el uno en el otro recíprocamente.
Es así como nos damos cuenta de que la tierra girando hace coitar a los animales y a los hombres, y (como aquello que genera es también la causa de lo que provoca) que los animales y los hombres hacen girar la tierra coitando.
La combinación o transformación mecánica de estos movimientos es lo que los alquimistas buscaron con el nombre de piedra filosofal.
Gracias al uso de esta combinación de valor mágico, la situación actual del hombre está determinada por los elementos.

Un zapato abandonado, un diente podrido, una nariz demasiado corta, el cocinero escupiendo en la comida de sus amos; son al amor lo que la bandera es a la nacionalidad.
Un paraguas, un sexagenario, un seminarista, el olor a huevos podridos, los ojos arrancados de los jueces; son las raíces donde el amor se nutre.
Un perro devorando el estómago de una oca, una mujer ebria que vomita, un contable que solloza, un bote de mostaza; representan la confusión que sirve de vehículo al amor.

Un hombre situado en medio de los demás está irritado de no saber por qué él no es uno de los demás.
Acostado en una cama al lado de una chica a la que quiere, olvida que no sabe por qué él es él en vez del cuerpo que toca.
Sin saber nada de esto, sufre por la oscuridad de la inteligencia que le impide gritar que él es también la chica que olvida su presencia agitándose en sus brazos.

El amor, la cólera infantil, la vanidad de un aduanero de provincias, la pornografía clerical o el juego solitario de una cantante, extravían a los personajes olvidados en apartamentos polvorientos.
Por más que se busquen ávidamente los unos a los otros, no encontrarán nada más que imágenes paródicas y se dormirán vacíos como espejos. 

La chica ausente e inerte que está suspendida en mis brazos sin soñar, no me es más extraña que la puerta o la ventana que puedo mirar o atravesar.
Cuando vuelvo a encontrar la indiferencia (que le permite abandonarme), me duermo por mi incapacidad de amar lo que me ocurre.
Le es imposible saber a quién encuentra cuando yo la abrazo porque realiza un olvido completo.
Los sistemas planetarios que giran en el espacio como discos rápidos y cuyo centro se desplaza también, describiendo un círculo infinitamente más grande, no se alejan continuamente de su propia posición sino para volver a ella al acabar su rotación.
Este movimiento es la imagen del amor incapaz de detenerse en un ser en particular y pasando rápidamente de uno a otro.
Pero el olvido que lo condiciona de este modo es un subterfugio de la memoria. 

Un hombre se levanta de su cama tan bruscamente como un espectro de un ataúd y se acuesta después de la misma manera.
Se vuelve a levantar horas más tarde y se vuelve a desplomar y así continuamente cada día: este gran coito con la atmósfera celeste está regulado por la rotación terrestre frente al sol.
Aunque el movimiento de la vida terrestre siga el ritmo de esta rotación, la imagen de este movimiento no es la tierra girando sino la verga penetrando en la hembra y saliendo casi por completo para volver a entrar.

El amor y la vida en la tierra solo parecen individuales porque todo se rompe en ellos a través de vibraciones de una amplitud y duración diversas.
Sin embargo, no existen vibraciones que no se conjuguen también con un movimiento circular continuo, como en la locomotora que gira sobre la superficie de la tierra, imagen de la metamorfosis continua.

Los seres solo mueren para nacer, como el falo que sale del cuerpo para entrar.
Las plantas se levantan en la dirección del sol y se desploman luego en la dirección del suelo.
Los árboles erizan el suelo con una cantidad incontable de vergas floridas erguidas hacia el sol.
Los árboles que se elevan con fuerza acaban quemados por el rayo, derribados, o arrancados. Vueltos al suelo, se vuelven a levantar idénticamente, con otra forma.
Pero su coito polimorfo está determinado por la rotación terrestre uniforme.

La imagen más simple de la vida orgánica determinada por la rotación es la marea.
Del movimiento del mar, coito uniforme de la tierra con la luna, procede el coito polimorfo y orgánico de la tierra con el sol.
La primera forma del amor solar es una nube que se eleva encima del elemento líquido.
La nube erótica se transforma a veces en tormenta y cae sobre la tierra en forma de lluvia, mientras el rayo revienta las capas de la atmósfera.
La lluvia se endereza inmediatamente en forma de planta inmóvil.

La vida animal nace completamente del movimiento de los mares y, dentro del cuerpo, la vida sigue naciendo del agua salada.
De este modo, el mar ha funcionado como el órgano femenino que se torna líquido con la excitación de la verga.
El mar se agita continuamente, los elementos sólidos, contenidos y meneados por el agua animada por el movimiento erótico, brotan en forma de peces voladores.

La erección y el sol escandalizan como los cadáveres y la oscuridad de los sótanos.
Los vegetales se dirigen uniformemente hacia el sol; al contrario, los seres humanos, a pesar de ser faloides como los árboles, y a diferencia de los demás animales, apartan por necesidad los ojos del sol.
Los ojos humanos no soportan ni el sol, ni el coito, ni el cadáver, ni la oscuridad, pero con reacciones diferentes. 

Cuando tengo la cara inyectada de sangre, se vuelve roja y obscena.
Desvela, al mismo tiempo, en sus reflejos frenéticos, la erección sangrienta y la sed exigente de impudor y desenfreno.
Por esto no dudo en afirmar que mi cara es un escándalo y que mis pasiones solo se expresan con el JESUVIO.
El globo terrestre está cubierto de volcanes que le sirven de ano.
Aunque la tierra no coma nada, a veces expulsa hacia afuera el contenido de sus entrañas.
Este contenido brota con estruendo y se desparrama por las pendientes del Jesuvio, esparciendo por todas partes la muerte y el terror.

Los movimientos eróticos del suelo no son fecundos como los de las aguas, pero son mucho más rápidos.
La tierra se agita a veces con frenesí y todo se derrumba en la superficie.

El Jesuvio es así la imagen del movimiento erótico que, por su fractura, da a las ideas contenidas en la mente la fuerza de la erupción escandalosa.

La fuerza de erupción se acumula en aquellos por necesidad situados abajo.
Los obreros comunistas son para los burgueses feos y sucios, como las partes sexuales y velludas o partes bajas: tarde o temprano causarán una erupción escandalosa en la que las cabezas asexuadas y nobles de los burgueses serán cortadas.

Desastres, las revoluciones y los volcanes no hacen el amor con los astros.
Las deflagraciones eróticas revolucionarias y volcánicas son el antagonismo del cielo.
Al igual que los amores violentos, se producen en ruptura radical con la fecundidad.
A la fecundidad celeste, se oponen los desastres terrestres, imagen del amor terrestre sin condición, erección sin salida ni regla, escándalo y terror.

De este modo el amor grita en mi garganta: soy el Jesuvio, inmunda parodia del sol tórrido y cegador.
Yo deseo ser degollado mientras penetro a una chica a quien hubiese podido decirle: eres la noche.
El sol tan solo desea la Noche y dirige hacia la tierra su violencia luminosa, verga repugnante, pero es incapaz de alcanzar la mirada humana o la noche, a pesar de que las superficies terrestres nocturnas se dirijan continuamente hacia la inmundicia del rayo solar.

El aro solar es el ano intacto de su cuerpo de dieciocho años con el que no se puede comparar nada tan cegador como el sol, aunque este ano sea la noche.

 

Escrito en 1927 y publicado en1931 en Éditions de la Galerie Simon (París) con ilustraciones de André Masson. 

Traducido del francés por Marta Jordana  

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